Nosotros los jotos / El Baile de las Locas

El flequillo sobre la frente termina en una cresta como de ola, coqueta, igual que las patillas. Un detalle náutico, se me ocurrió, que concuerda con la moda de la época de la fotografía, 1933, y que no podía ser mejor para su contexto porque la joven así peinada viste una camisola marinera y está entre dos guapos marineros, a uno de los cuales le pasa ya el brazo izquierdo sobre los hombros uniformados de oficial, mientras que mira con picardía al otro, narigón y de menor rango.

A este trío, sentado frente a la mesa de un café con vasos y un cenicero, lo descubrí nomás entrar a la sección "Placeres" de "El ojo de París", la exposición de Brassaï, el fotógrafo de origen húngaro que presenta el Palacio de Bellas Artes de nuestra capital, tan socorrida por los visitantes en las semanas Santa y de Pascua.

Otras imágenes similares aprovechan los característicos espejos de los bares y cafés parisinos para brindar al espectador una vista en dos planos de un momento de seducción o romance, la alegría de un grupo de amigos y hasta el disgusto entre dos amantes. Yo iba fascinado de una a otra escena porque me encanta lanzar miradas indiscretas a las personas que me rodean, principalmente en los restaurantes, y con la contemplación de las fotos me sentía en los zapatos del artista que, hace ocho décadas, había disparado su cámara frente a estos personajes con resuelto descaro.

Más inquietantes me resultaron los retratos que aparecieron a continuación de prostitutas: captadas bajo la luz callejera de un farol, su atuendo y porte eran recatados, al menos para los ojos de esta época de la selfie en calzones pa'l feis, y quizá lo único galante era la manera en que fumaban esperando al cliente.

Frente a las fotos de estas damas de la noche había otras que mostraban grupos de "maleantes de la banda del Gran Alberto". Vi muchachos trajeados y con sombrero o boina, también captados en las calles nocturnas cercanas a la Place D'Italie, que de mí habrían obtenido la cartera tras robarme el corazón con un solo guiño.

Es un placer entrar a esos bajos fondos que le fascinaba visitar con su cámara a Gyula Halász, quien al emigrar a París en febrero de 1924 para convertirse en artista, adoptó el sobrenombre de Brassaï, "de Brassó", la ciudad de Transilvania donde nació en 1899.

En sus palabras, citadas sobre una de las paredes de la exposición: "Estaba ansioso por penetrar en ese otro mundo, este mundo de las periferias, el mundo secreto...

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