José Woldenberg / ¡Qué tiempos aquéllos!

AutorJosé Woldenberg

Veinticuatro millones 126 mil 148 personas inscritas en las listas nominales de electores no habían nacido cuando se celebraron los comicios de 1982. Eso quiere decir que el 30.67 por ciento de los 78 millones 659 mil 456 electores potenciales no pueden tener memoria viva de aquellas jornadas.

Si a ello le sumamos otro 33.71 por ciento que en aquel entonces lo componían desde recién nacidos hasta jóvenes con 14 años de edad, tendremos que para casi dos terceras partes de quienes pueden acudir a las urnas el próximo 1 de julio, lo sucedido hace 30 años resulta ajeno y lejano. Un mundo brumoso, quizá indescifrable, más cercano del Paleolítico Inferior que del México contemporáneo.

Pues bien, en aquel año fuimos a las primeras elecciones generales -Presidente, Senado, Cámara de Diputados- luego de la reforma política de 1977.

La Comisión Federal Electoral (CFE) era la encargada de organizar los comicios y estaba presidida por el Secretario de Gobernación. No existía tribunal alguno para procesar las denuncias de los actores políticos, y si algún partido no estaba de acuerdo con una resolución de la CFE, podía acudir a presentar su queja... ante la propia CFE.

Los Diputados -agrupados en un Colegio Electoral- calificaban su propia elección y algo similar hacían los Senadores. Y al final, el Colegio Electoral de los Diputados calificaba la elección del Presidente.

No obstante, vivimos una esperanzadora novedad. Si seis años antes en las boletas solamente aparecía un aspirante a la Presidencia de la República, José López Portillo, apoyado por el PRI, PPS y PARM; en 1982 se podía votar por siete candidatos distintos: Miguel de la Madrid (PRI, PPS, PARM), Pablo Emilio Madero (PAN), Arnoldo Martínez Verdugo (PSUM), Cándido Díaz Cerecedo (PST), Rosario Ibarra de Piedra (PRT), Manuel Moreno Sánchez (PSD) e Ignacio González Gollaz (PDM).

Cinco nuevos partidos se habían beneficiado de la apertura que supuso la reforma de 1977 e izquierdas y derechas tenían por quién votar. Organizaciones y candidatos con distintas coloraciones políticas recorrían el País en busca de adeptos y votos. Corrientes antes marginadas del espacio institucional empezaban a ser parte del paisaje.

El problema mayor era que las condiciones de la competencia resultaban marcadamente asimétricas. No sólo toda la infraestructura electoral se armaba desde la Secretaría de Gobernación, sino que los recursos económicos para hacer frente a las campañas eran abismalmente desiguales.

El PRI...

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