José Woldenberg / Los satisfechos

AutorJosé Woldenberg

No hay momentos más significativos para la política institucional que aquellos en los que se discuten y aprueban la Ley de Ingresos y el Presupuesto. Se trata de dos instrumentos cruciales para modelar el futuro inmediato. Y sin embargo, con un tesón digno de mejores causas, parece que entre nosotros la fuerza fundamental para diseñarlos es la inercia. Una inercia sustentada en un cuerpo ortodoxo de certezas que es incapaz de ofrecer un horizonte medianamente promisorio a millones de personas. En esas andaba, cuando Rolando Cordera me regaló un libro.

Se trata del ensayo de John Kenneth Galbraith, La cultura de la satisfacción (Ariel. 1992), al que hace alusión el título de este artículo. Un vigoroso alegato no solo contra las políticas económicas desplegadas por las administraciones de Reagan y Bush, sino sobre el humor y las aspiraciones sociales que las hicieron posibles. Se trató de una "mayoría satisfecha" sin sensibilidad ni resortes para preocuparse por lo que sucedía fuera de su círculo de confort.

Escribe Galbraith que el síndrome viene de lejos. Le sucedió a los privilegiados del Imperio Romano incapaces de evaluar y responder a lo que acontecía en la periferia, a la monarquía francesa en el siglo XVIII que se solazaba en París y Versalles o a las nomenclaturas soviéticas y de sus países aliados, convencidas de que remaban a favor de la historia, sin valorar el deterioro que sufría el sector agrícola, la incapacidad para responder a la demanda de servicios y productos, la inflexibilidad de una administración centralizada y el malestar sordo que generaba la supresión de las libertades. En todos los casos, antes de la debacle, la élite satisfecha asumía y reproducía "las creencias convenientes", las verdades consagradas que se remedaban en los circuitos de los satisfechos.

Lo que Galbraith veía en Estados Unidos era que gracias a la democracia y el progreso económico, el círculo de los privilegiados se había ampliado considerablemente (incluso los satisfechos -en ese caso- podían ser la mayoría de los votantes) y por ello el respaldo a las administraciones conservadoras había sido tan sólido. Pero al ser usufructuarios de privilegios de los que quedaban marginadas millones de personas, la autosatisfacción podía acarrear desenlaces no planeados ni deseados. Serían el resultado de evadir que el bienestar debe ser abarcante y de largo plazo.

Porque...

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