José Woldenberg / El público en los estadios

AutorJosé Woldenberg

Me gusta ir a los estadios. Los gritos y colores, las expectativas del respetable, las ocurrencias, las banderas ondeando, las cervezas corriendo, la tensión dramática generan un clima especial, cargado de pasión y exacerbado en su elocuencia. Como si las inhibiciones del día a día se dejaran en las puertas de esos monumentales recintos. No pueden compararse las trasmisiones televisivas con la contemplación "en vivo y a todo color" de las competencias beisboleras, futboleras o de cualquier otro deporte. Ahí uno aprende algo que merece no ser olvidado: cada quien ve lo que quiere ver. Ante una misma jugada, una misma falta, una misma pifia, los aficionados reaccionan de forma no solamente distinta sino en ocasiones antagónica, porque sus respectivas pasiones los hacen ver, insisto, lo que quieren ver.

El espectáculo transcurre en la cancha, en el diamante o en la duela, pero la fiesta se encuentra también en las tribunas. Y a veces, cuando el encuentro resulta insípido, rutinario, el espectáculo se desarrolla sólo en las tribunas.

Observar a los espectadores resulta fascinante. Los hay solitarios que miran hipnotizados el encuentro ajenos al "mundanal ruido" y en el otro extremo las porras para las cuales lo que sucede en la cancha importa poco, ya que sus brincos y gritos, arengas y gestos están dedicados a sí mismos, a lograr su cohesión, a generar un sentimiento de pertenencia. A veces el azar coloca a una pareja de despistados en medio de sus enemigos y el pronóstico suele ser reservado. Pueden darse la coexistencia pacífica o las burlas hirientes, generarse un espacio de tolerancia o un teatro de agresiones verbales y hasta físicas.

Los públicos tienen un comportamiento diverso. Y hablo de ellos en plural porque la masa que invade las tribunas se encuentra fracturada por distintas fidelidades. Sus expectativas son antagónicas e incluso polarizadas. La adhesión a un equipo incluye el desprecio por el otro, la identificación es al mismo tiempo un elemento de diferenciación del antagonista. Es el motor de la pasión, el carburante de la tensión. Sin esa carga eléctrica la contienda se vuelve anodina.

Los resultados en los estadios nunca resultan intrascendentes. Son el sello más importante que deja la disputa. Las barras perdonan a su equipo si jugó mal pero ganó, lo contrario es raro, y se requiere tener desarrollado el gusto por el espectáculo, el aprecio por el juego y mantener una cierta distancia anímica con relación a los equipos...

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