José Woldenberg / Diversidad sexual

AutorJosé Woldenberg

En mayo, el presidente de la República, para sorpresa de muchos (me incluyo), envió al Congreso de la Unión una iniciativa de reforma constitucional que intentaba acabar con la discriminación normativa que de manera ancestral e inercial pesa sobre los homosexuales. Apoyándose en resoluciones previas de la Suprema Corte se trataba de reconocer un derecho humano, trascendiendo todo tipo de prejuicios y establecer, sin posibilidad de confusión, el derecho de las personas de un mismo sexo a contraer matrimonio. Cierto que en algunos estados ese derecho ya se reconoce pero el propósito era extenderlo precisamente para acabar con un trato diferenciado según la entidad. El "paquete" de reformas es una fórmula que coadyuva a combatir nociones que han producido maltrato y persecución cuya fuente es la diversidad sexual. El Presidente llamó a revisar y desterrar las normas que tuvieran un contenido discriminatorio e instruyó a Conapred a realizar campañas contra la homofobia. La representación en México de las Naciones Unidas vio con muy buenos ojos la propuesta y muchos pensamos que, por fin, el país tendría una más sólida plataforma constitucional y legal para construir un dique contra una forma especialmente odiosa de segregación y rechazo.

Pues bien, dicha iniciativa, que por donde se le vea tiene un alto sentido civilizatorio, porque destensa relaciones durante demasiado tiempo conflictivas, inmediatamente fue cuestionada por la Iglesia y por personas que creen profundamente que el único matrimonio legítimo es el que se establece entre un hombre y una mujer. Es una convicción apuntalada en la tradición, una idea más que sedimentada por el tiempo y los usos y costumbres, pero en México y en muchas partes del mundo, millones de personas se cuestionan esas certezas por los altos costos sociales que acarrean y han acarreado. Porque de eso se trata: no solo de darle vueltas a las reales o supuestas bondades de una proclama, sino de detenerse en las derivaciones de la misma. Porque quienes se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo no deben evadir -porque sí pueden evadir- las consecuencias que emanan de sus dichos y su negativa a reconocer una realidad que no se puede tapar con uno o mil prejuicios.

Esas reacciones eran previsibles. Convicciones...

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