José Woldenberg / Añoranza del autoritarismo

AutorJosé Woldenberg

Desconcierto, incertidumbre y hasta temor genera la política de hoy. Carentes de los mapas y las brújulas suficientes y efectivas para orientarse en la nueva realidad, los políticos, analistas, investigadores y ciudadanos no acertamos a reconocer el terreno que pisamos y por ello se suceden como en cascada las expresiones -repito- de desconcierto, incertidumbre y temor. (Ver el magnífico artículo de Raúl Trejo en Crónica del 23 de mayo.)

Estamos obligados a elaborar las nuevas coordenadas en las que transcurre la política. Porque ellas se han modificado de manera radical y no será con recetas del pasado como lograremos entender lo que nos sucede hoy. Desde diferentes plataformas se trasmina la expectativa de un mando unificado, capaz de imponer orden a un coro desafinado, sin comprender que es precisamente eso lo que ha desaparecido y que por fortuna tiene escasas posibilidades de volver.

El viejo presidencialismo vertical y autoritario desapareció a través de un proceso de cambio que fortaleció e independizó a otros poderes e instituciones. Esa autonomización de los diversos actores de la política es fruto y acicate del proceso democratizador y por ello añorar un mando unificado de todas las instituciones republicanas no es más que una ilusión conservadora.

Aquel Presidente con amplias facultades constitucionales, legales y metaconstitucionales, fruto de una organización política donde era cúspide, árbitro supremo y poder casi omnímodo (tan bien desmenuzado por Jorge Carpizo en El presidencialismo mexicano. Siglo XXI. 1978), no existe más, porque fue transformado no sólo ni principalmente por sucesivos cambios constitucionales y legales que le restaron facultades, sino por el impacto que el tránsito democratizador le impuso a las relaciones entre el Ejecutivo federal y el resto de las instituciones republicanas. De ser el Presidente que todo lo ordenaba y subordinada a ser un poder más dentro de una constelación de poderes, que si bien no son iguales, sí restan posibilidades de acción y decisión al hasta hace apenas unos años actor incontestable de la política.

La forma en que se edificó el sistema político posrevolucionario colocó al Presidente no sólo como la cúspide del poder, sino como el gran articulador de las alianzas, el árbitro último de los conflictos y el jefe de las instituciones. Además de las enormes facultades en el terreno laboral y agrario, en la conducción de la política internacional y económica, que se derivan...

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