José Luis Lezama / Cacería y crisis

AutorJosé Luis Lezama

Las elocuentes imágenes de don Juan Carlos I de España posando ante sus trofeos de caza no fueron lo suficientemente persuasivas para hacer que el agravio sentido por quienes defienden los derechos de los animales superara la indignación por los costos económicos del safari real en Botsuana, entendible esto en la ciudadanía de un país que como España atraviesa por una delicada situación, tanto en el plano de la macroeconomía como en el de las finanzas familiares y personales de sus habitantes.

La mayor parte de las protestas de las que dieron cuenta los medios españoles fueron motivadas no tanto por un sentimiento de piedad por los animales o por la defensa de sus derechos, sino por el significado que tiene para una sociedad, para la moral pública y para la legitimidad de un sistema de gobierno y de sus instituciones de Estado, los ostentosos gastos involucrados en una actividad que, además de ociosa, es éticamente reprobable. Un safari como el emprendido por don Juan Carlos I cuesta entre 50 y 60 mil dólares, incluyendo el trofeo de un elefante muerto. Si no hay elefante de por medio, se reduce a 10 mil dólares.

El reproche ciudadano es sobre todo una cuestión de timing, pues el rey escogió el peor momento para retomar este pasatiempo. Un momento en que los indicadores económicos hacen aparecer a España en una situación verdaderamente crítica, con un desempleo, particularmente entre los jóvenes, de los más altos de la eurozona, con la tasa de riesgo y los bonos de su deuda en uno de sus máximos históricos y, cuando es tan común hablar de la crisis española y de su magnitud, que hasta el primer ministro de Italia y el presidente de Francia, en su desesperada campaña en busca de la reelección, la ponen como ejemplo de un cercano desastre financiero. El presidente Sarkozy dijo recientemente que la eventual llegada al poder de los socialistas pondría a Francia en condiciones económicas "dignas de España y sobre todo de Grecia".

En otros momentos, las debilidades por la cacería del rey hubieran pasado desapercibidas, pudiendo entenderse incluso no como una conducta personal criticable, sino como "parte del ser" de la realeza. Los medios se han ocupado de diversos episodios en África, Polonia, Rumania y Rusia en los que el rey hacía gala de su pasión por la caza. En este último país, por ejemplo, tuvo lugar en el 2006 una aparente puesta en escena de una cacería en la que la presa fue un oso amaestrado, el cual habría sido emborrachado con vodka...

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