José Luis Cuéllar Garza / Tapatíos RecreActivos, uníos
Autor | José Luis Cuéllar Garza |
La puesta en operación de la Vía RecreActiva en Guadalajara el domingo pasado, es una de las medidas más atinadas, estimulantes, sugerentes y alentadoras de los últimos años en la Zona Metropolitana. Haberlo hecho en la columna vertebral de la ciudad, a lo largo de los 11.4 kilómetros que van desde Tetlán, cerca ya de Tonalá, hasta La Minerva, transitando Mina, Juárez y Vallarta significa además, el inicio del fin de aquella añeja y ominosa división de la ciudad que impedía concebir como una sola a esta comunidad donde la Calzada Independencia era la barrera invisible de una sociedad desintegrada, abandonada e insolidaria.
El domingo, los despertadores sonaron a las siete y cuarto de la mañana. El pequeño Nicolás había invitado a dormir a algunos cuates para salir de casa y en unos minutos, empezaron a llamar otros amigos ansiosos para asegurarse de que el plan iría adelante. Luego de cargar las bicicletas que cupieran en la camioneta, otras más se acomodaron en el accesorio externo. A las ocho y cuarto estábamos montando nuestras bicis al pie de Los Arcos e incrédulos e ignorantes del trayecto, acordamos las reglas del juego: si alguien se pierde, pamba y nos vemos aquí a eso de las 12, no se valer correr ni pasar los cruceros sin parar. Sobre las marcha habríamos de desarrollar algunas otras y aprender algunas lecciones.
A esa hora, el clima era bastante fresco y viajaríamos con rumbo al sol naciente. Apenas arrancábamos, brotaron las primeras expresiones: "¡Qué chido!, ¡está chidísimo!, ¡wachen esto!, ¡no manches!, ¡está increíble!". También las persistentes dudas: "¿es cierto que va a ser todos los domingos?, ¿a poco va a durar para siempre?, ¿de veras van a extenderla todavía más?". El escepticismo, tan grande como el azoro, eran comprensibles. Estábamos ahí, en la avenida principal de la ciudad, sin automóviles, gozando de los árboles y del paisaje urbano, descubriendo edificios y rincones que el tráfico automotriz jamás nos deja ver, dueños de un patrimonio que había permanecido secuestrado desde las niñeces más remotas, y además, sintiéndonos parte de una comunidad heterogénea a la que nunca volteábamos a ver.
Al paso de las horas y de los kilómetros, nos sentíamos distintos. Nos detuvimos un buen rato en el Parque Revolución a ver la exhibición de jóvenes que hacen saltos y piruetas impresionantes en las rampas y a los de patineta, gozamos el paso por el edificio de la rectoría de la UdeG y a los mimos que actuaban en su plazoleta...
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