José Agustín/ Escribir, por ejemplo

AutorJosé Agustín

Algunos, desde los novelistas hasta los "evangelistas", escribimos profesionalmente; otros a fuerza, como los pobres estudiantes; pero a muchos les gusta llevar diarios, opinar en revistas y periódicos, anotar sus sueños, observaciones, impresiones, pensamientos y sentimientos.

También, en la cercanía del final de la vida no es infrecuente que las personas quieran dejar constancia de su paso por la vida por medio de las memorias, que es un género efectivísimo. Esta gente quizá ya está muy cerca de escribir y publicar y de cumplir así un tercio de la vieja máxima que pedía sembrar un hijo, escribir un árbol y procrear un libro. También, ni modo, de tener que luchar por la exención de impuestos al derecho de autor.

Cada escritor es un caso distinto, aunque, un tanto alevosamente, pero por razones prácticas se podrían dividir en dos grandes equipos. De un lado de la cancha están los que reflexionan con cuidado el tema a tratar y piensan largamente cómo van a escribirlo; hacen planes precisos, especulan variantes, trazan croquis y sinopsis, bosquejan o definen los personajes y las situaciones. Diseñan la estructura a seguir y determinan el estilo de antemano. Por lo general, cuando dan el gran salto de la teoría a la práctica, ya tienen la novela hecha en la cabeza, saben exactamente lo que quieren y se van despacio; corrigen meticulosamente página por página y no pasan a la siguiente hasta que han pulido la anterior. De esa manera, cuando concluyen el último renglón, la obra también está casi terminada.

En el lado opuesto de la cancha tenemos a los que de pronto un impulso invencible, irresistible, tan fuerte e inapelable como la necesidad de comer, dormir o hacer el amor, los posesiona y los lleva a escribir. A veces se da la rara joya de que aparezca algo perfecto a la primera intención. En otros casos se trata de un escrito bastante acabado que requiere correcciones. Sin embargo, por desgracia también es frecuente que salga un material revuelto y confuso que en el mejor de los casos sólo sirve como información de lo que tenemos dentro y que se debe interpretar, si es que se tienen ganas y el entrenamiento para hacerlo.

En ese caso, durante la escritura tiene lugar algo semejante a una "posesión". El escritor pierde en buena medida la noción de sí mismo y del entorno que lo rodea; todo se le difumina a su derredor y experimenta, conscientemente o no, una suerte de "transportación", "transfiguración" o "estado de trance", que lo instala en...

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