José Agustín/ Cine y literatura, ¿quién gana?

AutorJosé Agustín

Desde que Griffith demostró que se podían contar grandes historias cinematográficamente, el cine recurrió a la literatura. ¿Por qué no? Ahí estaban relatos maravillosos cuya efectividad ya había sido avalada por el público, así que desde un principio se adaptaron las obras de uchísimos escritores, incluyendo proyectos imposibles como "Ulises", de James Joyce, o "A la Búsqueda del Tiempo Perdido", de Marcel Proust, novelas que sólo permiten paráfrasis.

Hay una suerte de fascinación por filmar literatura. A veces porque los libros son exitosos y el vuelo de sus ventas empuja la taquilla, pero otras veces simplemente porque sus historias son muy buenas y no sólo eso: representan un desafío, y los cineastas lo saben.

Le entran porque, en el fondo, a los grandes espíritus les gusta intentar lo irrealizable, porque sólo buscando lo imposible se logra lo posible y se evita repetir fórmulas y recetas. Sólo así se vence el estancamiento en las artes. Aunque, claro, algunos lo han hecho por irresponsables o porque no eran plenamente conscientes de la bronca en que se metían.

Por otra parte, al público le gusta ver si la película coincide con la manera cómo imaginó escenas y personajes de los libros. La literatura, cuyo lenguaje se basa en las palabras, activa la imaginación, por lo que cada lector crea una imagen consciente o inconsciente de los personajes y los escenarios de las novelas. Por más que el escritor describa con meticulosidad a un individuo, un lugar o una situación, a fin de cuentas el lector recrea las cosas a su manera, con su propia cultura, su naturaleza y sus vivencias.

La literatura, además, es una actividad casi siempre solitaria. El escritor se vuelve una especie de dios y crea sus mundos, generalmente a su imagen y semejanza, y lo que produce es un artilugio, algo que sólo existe en las páginas del libro, una ficción que se vuelve creíble gracias a la habilidad narrativa, aunque el tema no tenga que ver directamente con la realidad. Además, el autor puede escribir en la extensión que quiera, desde una sola línea ("El Dinosaurio", de Monterroso) a miles de páginas, como en las famosas "novelas-río", que abarcan varios volúmenes sumamente extensos.

El lenguaje del cine, a su vez, se expresa en imágenes, planos, encuadres, composiciones, iluminación y montaje, que se producen, se actúan, se filman y se montan o editan para formar una historia. El espectador no tiene que imaginar: ahí está la imagen que explicita todo. En ese sentido, es un lenguaje...

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