José Woldenberg / Sarkozy: dos lecciones

AutorJosé Woldenberg

El presidente francés Nicolas Sarkozy llegó al programa 60 minutos que transmite la cadena CBS. Su entrevistadora, Lesley Stahl, le preguntó sobre su esposa. "Si tuviera que decir algo sobre Cecilia, ciertamente no lo haría aquí", contestó Sarkozy. La entrevistadora volvió a la carga: "Pero es un gran misterio. Todo el mundo se pregunta. Incluso su secretario de prensa fue cuestionado por el tema hoy". "Bueno, él tuvo razón en no hacer comentarios. No hay comentarios. Gracias". Y se paró y se fue.

En menos de un minuto el presidente francés dio dos importantes lecciones.

  1. No es cierto que los entrevistadores tengan el derecho de preguntar lo que se les antoje. Tienen sí, el derecho de cuestionar -y a fondo- todo aquello que tenga que ver con la labor pública del entrevistado. Y entre más enterados, formados y comprensivos sean, seguramente realizarán mejores preguntas. Pero ni las cámaras y los micrófonos les otorgan el derecho de invadir la vida privada de las personas, ni mucho menos el morbo de la gente legitima la erosión de la privacidad. Y ello, tratándose del presidente de la República, del taxista de la esquina o del boxeador exitoso.

  2. Los entrevistados no están obligados a responder como si estuvieran ante el Ministerio Público o ante un juez, y menos aún si se trata de asuntos de su vida privada, que como su nombre lo indica, sólo a ellos competen. Deseo ser claro: un personaje "público" está obligado a contestar todo lo que se le pregunte sobre su trabajo, sus responsabilidades, sus presuntas omisiones, sus proyectos, etcétera. Pero el ser un funcionario público no echa por tierra su derecho a la privacidad.

Quienes comparan la salida del ex presidente Fox de su entrevista en Telemundo con la del mandatario francés se equivocan de principio a fin. Mientras el primero abandonó el estudio cuando se le inquiría sobre presuntos malos manejos financieros o tráfico de influencias, el segundo, de manera educada, dejó con un palmo de narices a la señorita o señora Stahl porque simple y sencillamente no tenía ningún derecho de tratar de ventilar en público los acercamientos o distanciamientos con su pareja.

La presunción de que los políticos o funcionarios, por el solo hecho de serlo, no tienen derecho a la privacidad resulta de una expansión mal entendida y peor asimilada de los códigos del espectáculo a la vida pública. En primer lugar, porque incluso en la esfera de la farándula quien desee preservar su derecho a la privacidad...

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