Jorge Volpi / Pope Star

AutorJorge Volpi

Hasta antes de Karol Wojtyla, los papas no eran lo que podríamos llamar "estrellas mediáticas", parte central de la sociedad del espectáculo nacida tras la Segunda Guerra Mundial y acrisolada en los últimos decenios. Si acaso en los albores del cristianismo fueron apenas primus inter pares, pastores humildes y casi anónimos que huían de las persecuciones o abrazaban el martirio, los siglos que van de Constantino al Risorgimento los convirtieron en hombres de poder tan vesánicos, volubles y corruptos como los demás príncipes que gobernaron Europa en ese largo trecho.

Arrinconados en el Vaticano tras perder su inmenso poder temporal a fines del siglo XIX, terminaron por convertirse en potentados más o menos huraños, príncipes exiliados en su propio palacio como tantos nobles caídos en desgracia en esos años revolucionarios que vivían en la nostalgia de un pasado de esplendor y debían conformarse con ser venerados por faeligreses que habían dejado de ser súbditos. Puestos en su lugar ("a Dios lo que es de Dios..."), los papas se concentraron en acrecentar su poder espiritual, sea a través de la promoción de nuevas formas de devoción -León XIII con su promoción del Rosario- o estableciendo su primacía teológica con argumentos tan soberbios como la "infalibilidad papal", establecida por Pío IX en el primer Concilio Vaticano. Perdida la Tierra, había que conservar control de las creencias de millones.

En la segunda mitad del siglo XX, Juan XXIII y Paulo VI intentaron modernizar a la Iglesia (si por modernizar se entiende arrancarla un poco de la Edad Media), ganándose la simpatía de los más pobres en una época en que el comunismo rivalizaba por apoderarse de sus conciencias. En este contexto, Juan Pablo II fue sin duda un terremoto. No porque sus ideas transformaran a la Iglesia -nada más lejano de su conservadurismo polaco-, sino porque fue el primer Vicario de Cristo que supo adoptar las tácticas de la modernidad para promover su figura y reposicionar a su empresa en tiempos de desencanto.

Para lograr su meta, y de paso arrasar el ateísmo del bloque soviético -su venganza personal-, Wojtyla no dudó en transformarse en "estrella de los medios", lo cual significó utilizarlos en su favor y sucumbir a sus encantos en idéntica medida. En vez de guiar las convicciones de los creyentes, se volcó en la arena pública. Entendió muy bien que no hacía falta un imperio para extender su influencia: viajó...

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