Jorge Volpi / Milagro en Brasil

AutorJorge Volpi

Durante la primera década del siglo XXI, las "grandes capitales" dirigían sus miradas, en el Hemisferio Occidental, a un solo lugar: una tierra de sueños y utopías, conocida apenas por su música, sus carnavales y sus futbolistas, que de pronto era ungida por los medios como nueva potencia global. Cuando llegué a trabajar a Francia como agregado cultural en el 2000, varios diplomáticos franceses me dijeron que mi trabajo sería doblemente complicado, puesto que para ellos, como para Europa en su conjunto, entonces había una sola prioridad: Brasil. La "nación del futuro", como se le llamó siempre atendiendo a su tamaño, su población y sus recursos naturales, al fin se volvía "la nación del presente".

Auspiciados por un crecimiento sostenido, un largo periodo de estabilidad y esta repentina ola de simpatía global, Brasil se creyó la historia de los BRICS, esa imposible amalgama en la que secundaba a Rusia, China, India y Sudáfrica. Cada cierto tiempo, los inversores del planeta necesitan hallar un edén en el cual concentrar sus energías y recursos, al cual llevar a sus socios y volverlos ricos de la noche a la mañana. Durante esos años, Brasil cumplió a la perfección ese papel. Y no solo eso: envalentonado ante su éxito, se atrevió a convertirse en actor global, afianzando alianzas estratégicas, cuidando su ámbito geopolítico, eludiendo la dependencia hacia Estados Unidos y aspirando a ser tomado en cuenta en todas las decisiones, con una política internacional que debería culminar con su incorporación al consejo de seguridad de Naciones Unidas.

Nada de esto hubiera sido posible sin un líder carismático, generoso, brillante y humilde, que además era implacable luchador social y antiguo sindicalista de izquierdas: Luiz Inácio Lula da Silva. Si Brasil era el epítome de América Latina, Lula era su encarnación más brillante. Toda la región envidiaba ser dirigida por este hombre sereno, lúcido, congruente, bueno. La prueba máxima de que, bien gobernado, un país podía no solo crecer, sino hacerlo de modo razonable y justo, teniendo en cuenta los derechos de los trabajadores. Como el México de los sesenta, Lula presumía el milagro brasileño y el aprecio mundial se coronaba con la posibilidad de organizar un Mundial de Futbol y unos Juegos Olímpicos. Brasil presentaba así un nuevo modelo de desarrollo, equidistante entre Washington y la Caracas de Chávez -dos aliados incómodos-, como ejemplo máximo de una nueva izquierda, a la vez...

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