Jorge Volpi / Nuestro México

AutorJorge Volpi

Sergio Pitol, in memoriam.

En la primera de las dos películas que al fin pude ver este fin de semana, las autoridades se valen de una fachada mediática para ocultar los infinitos vicios que proliferan en el sistema penitenciario mexicano de fines de los años setenta: un montaje semejante al que he explorado en las páginas de mi último libro. La 4ª Compañía (2016) narra una historia inverosímil que sólo podía haber ocurrido en nuestro país: el momento en que los jugadores de Los Perros de Santa Martha, el equipo de futbol americano nacido en este centro de detención, se enfrentan a sus rivales de la Unidad de Motopatrullas arriesgando no únicamente su libertad, sino sus vidas.

La desasosegante cinta dirigida por Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván -a cuyo accidentado rodaje le siguió una accidentada distribución- hubiese podido convertirse en una edulcorada producción hollywoodense, una historia más de superación personal y éxito en un entorno injusto y asfixiante, de no ser porque sucede en México, en nuestro México, y a la épica decisión de Los Perros de desobedecer las órdenes de sus carceleros hay que sumar el entorno del inamovible PRI de la época: el autoritarismo llevado a su extremo y el orden impuesto desde lo más alto, sumado a inenarrables dosis de corrupción y a la tortura o la muerte reservadas a cualquiera que ose desafiar estas reglas.

La 4ª Compañía está situada en los últimos años del lopezportillismo, donde la siniestra figura de Arturo Durazo, omnipotente jefe de la policía, impone cuotas que deben cumplirse a toda costa: Los Perros no son entonces sino parte de un aparato publicitario -semejante al emprendido por su más ilustre sucesor, Genaro García Luna- destinado a ocultar las operaciones criminales que jefes penitenciarios, custodios y presos están obligados a cumplir para llenar los bolsillos y satisfacer el ego del Negro. Que nadie espere aquí, pues, un final feliz: escuece comprobar cómo las mismas prácticas corruptas no han cambiado desde entonces, cómo lo que hoy llamamos desaparición forzada se impone a cualquier rebelde y cómo la tortura continúa siendo una práctica habitual, como si en estos treinta años no hubiese mejorado un ápice nuestro sistema de justicia.

Para comprobarlo...

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