Jorge Volpi / La estrategia de la chinchilla

AutorJorge Volpi

Desde el inicio de su campaña, cuando comenzó a superar a los demás candidatos republicanos por caracterizar a los inmigrantes sin papeles como criminales y violadores, prometiendo la construcción de un Gran Muro para detener a los "bad hombres" -el uso del español de manera negativa no es gratuito-, la estrategia de México para contener a Donald Trump ha sido errática, incoherente, y contraproducente. O quizás no ha habido estrategia alguna. De modo que nuestras reacciones a bote pronto y nuestra inacción han sido en buena medida responsables de la amenaza que hoy se cierne sobre el país.

La elección de Trump es sin duda una sorpresa, pero ello no implica que México no hubiese debido tomar posiciones más enérgicas para contrarrestar sus descalificaciones y el acoso sufrido por nuestros connacionales en Estados Unidos. En vez de ello, optamos por el silencio. Maniatados por los rescoldos de la anquilosada Doctrina Estrada, en un primer momento el régimen asumió la posición de que las primarias y la elección presidencial eran asuntos internos de otro país en los que no debíamos inmiscuirnos, como si su resultado no fuera a tener impacto directo sobre nosotros.

Mientras el peligro crecía día con día, nos quedamos pasmados como la chinchilla frente a la serpiente que se apresta a devorarla. Y no hicimos nada excepto practicar esa arraigada pasión nacional por los eufemismos y la palabrería: decir que estamos muy inquietos y muy preocupados, que defenderemos, que impulsaremos, que vigilaremos... Ni una sola acción concreta. Y ni siquiera una clara defensa de nuestros emigrantes y de los valores esenciales de la democracia frente a la deriva fascista de Trump.

Hasta que llegó el día en que por fin hicimos algo. Birlando toda prevención diplomática, nuestro todopoderoso secretario de Hacienda invitó a Trump a Los Pinos con el formato de una visita de Estado. El demagogo fue cortés hasta que al final se atrevió a hablar del Muro en nuestra casa. Ocurrió entonces uno de esos instantes en los que la historia bascula y se define. En vez de convertirse en un héroe o al menos en un líder capaz de revertir su pasmosa impopularidad, nuestro Presidente se amparó en la absurda hospitalidad mexicana y disculpó a Trump ante un país -y un mundo- anonadados...

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