Jorge Volpi / Escenas de la vida cotidiana

AutorJorge Volpi

El candidato -debería acostumbrarse a llamarse a sí mismo señorpresidente- hace horas que está despierto, pero no ha escapado de la cama: en la duermevela, lleva horas repasando su vida pública. No ha encontrado demasiados momentos climáticos, como si su carrera hubiese transcurrido entre algodones, pero ello no lo hace sentirse menos orgulloso. De tanto practicarla, la sonrisa no se borra de sus labios ni siquiera entre las sábanas. A su lado, su esposa ronca de manera casi imperceptible. El candidato -perdón, el señorpresidente- la observa de reojo: otra victoria. ¿Cuándo hubo en este país una Primera Dama más hermosa? Procurando no despertarla, se yergue atléticamente, hace una sentadilla y se dirige al baño. En su debut como el hombre más poderoso de México, lo primero que necesita es contemplarse ante el espejo.

-Se los dije, las encuestas no mentían, hemos ganado por más del 50% de los votos -exclama en su despacho.

Frente a él, los artífices de su campaña se muestran exultantes.

-Está claro -continúa el presidente electo- que nuestra estrategia de no admitir ninguna confrontación fue la clave. Teníamos que mostrarnos como el hombre de Estado que seremos a partir de ahora, ¿no les parece? Los otros quedaron como resentidos.

Pero hoy, en mi discurso, les tenderemos la mano. Gracias a todos por ayudarnos en esta tarea.

Escuchando hablar así a su criatura, su principal asesor lanza un tímido suspiro.

En cuanto llega al plató, el candidato -qué insistencia: el señorpresidente- revisa el ángulo de las cámaras, la potencia de los reflectores, la posición de su silla y la de quien va a entrevistarlo, el tamaño de letra en el teleprompter, la tarjetita con las preguntas y respuestas que ha memorizado desde la mañana.

Después de tantas entrevistas, nadie posee más experiencia que él.

-Muy bien, podemos empezar.

-La llamada está lista, Señor Presidente -confirma la secretaria.

-Vamos, campeón -lo anima su principal asesor.

Al otro lado del teléfono, escucha una voz ronca que se apresura a felicitarlo en un español apenas inteligible. A continuación, su colega se embarca en un párrafo en inglés en el que reconoce dos o tres palabras.

-Tankyu, míster Président -lee de una tarjetita-. It güil bi greit to work güit yu.

-El empleo, ése será el eje de mi discurso en la toma de posesión -afirma.

-Pero ése fue el discurso de tu predecesor -lo corrige, en voz baja, su principal asesor.

-Entonces, la seguridad. Eso, la seguridad pública.

-Tu predecesor...

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