Jorge Volpi / Desmemoria

AutorJorge Volpi

Como casi cualquiera en el hemisferio occidental, recuerdo vivamente mi experiencia del 11 de septiembre de 2001. Cerca de la una de la tarde, hora de París, le llamé por teléfono a un periodista para ponerlo al tanto de alguna de las próximas actividades del Instituto de México; antes de que yo pudiera decir algo, éste me dijo secamente: "Un avión acaba de estrellarse en las Torres Gemelas de Nueva York". De inmediato busqué la noticia en mi pantalla y allí estaba ya el titular con la foto de uno de los rascacielos humeantes. No estoy seguro, en cambio, de si alcancé a contemplar en vivo cómo el segundo avión se estrelló contra el edificio o si mi memoria me juega una mala pasada y solo presencié el impacto, así como el subsecuente derrumbe de las gigantescas estructuras, en una repetición televisiva.

Pese a que ya se vislumbraba la gravedad del caso, esa noche todavía asistí a una obra de teatro dirigida por Irina Brook en compañía de mi editora. Durante la cena no hablamos de otra cosa, intercambiando miedos y nimiedades, incapaces de darnos cuenta de que el mundo no sería ya el mismo a partir de ese día (supongo que esta combinación de incredulidad y pasmo invade a todos los testigos de sucesos que luego se consideran históricos). La reacción de Estados Unidos frente al monstruoso ataque me tocó vivirla desde París, que entonces era y de algún modo sigue siendo mi ciudad, y nunca dejé de admirar la mezcla de sensibilidad y cordura con que los franceses intentaron contener la indomable furia de su aliado.

Tras la invasión de Afganistán, sancionada por todas las potencias occidentales -a fin de cuentas los talibanes habían cobijado a Osama Bin Laden-, George W. Bush, impulsado por sus halcones Rumsfeld, Rice y Cheney, lanzó una "Guerra contra el Terror" de alcance global, cuyas consecuencias fueron la invasión de Irak, país que nunca financió a Al-Qaeda y no contaba con armas nucleares o bacteriológicas como había asegurado en una lamentable intervención el general Colin Powell, y la sistemática reducción de las libertades individuales en todo el planeta amparada en la Ley Patriótica emitida por el Congreso estadounidense.

Reacia a aprobar la intervención en Irak en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas -donde su ministro de Exteriores, Dominique de Villepin, encabezó la oposición a la guerra-, durante unos años Francia se convirtió para muchos estadounidenses en una bestia negra: una nación que despreciaba el dolor de su...

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