Jorge Volpi / Derrotas

AutorJorge Volpi

A pesar de todo, la democracia. El menos perverso de los sistemas políticos creados por el ser humano -también, por cierto, el más frágil- al ser el único que garantiza que las élites políticas no sean siempre las mismas, que éstas oscilen de un lado a otro, que el poder (y la riqueza que se le asocia) no sean concentrados por una sola persona o un solo grupo, o al menos no por mucho tiempo. Nunca se dijo que la democracia garantizaría el gobierno de los mejores, sino de aquellos capaces de convencer a una mayoría de ciudadanos de poder mejorar el rumbo de una sociedad o un país. En términos puramente electorales -pues la democracia es también un sistema de contrapesos destinados a proteger a los individuos frente a los abusos de sus gobernantes-, la prueba de fuego de su funcionalidad se halla en la alternancia: la permanencia por largo tiempo de un solo individuo o grupo suele ser síntoma de atrofia.

Si el poder absoluto corrompe absolutamente, como proclamaba Lord Ashton, el poder que se ejerce durante muchos años tiende a degradarse y corromperse, a volverse cómodo e inmóvil, esclerótico. Nada impide, en teoría, que un solo individuo o un solo partido puedan ser buenos gobernantes durante décadas, pero la realidad es que el paso del tiempo irremediablemente desdora el ímpetu inicial y adocena cualquier intento reformista. Solo por ello uno debería saludar la alternancia. El problema está en que -ya se ha dicho- la democracia no significa el gobierno de los mejores, y no es raro que el mero anhelo de cambio dé paso a regímenes mucho menos capaces que los anteriores.

Éstas han sido semanas de cambios o giros democráticos. Algunos que se aprecian no solo saludables, sino imprescindibles, como en Venezuela; otros cuyos derroteros se presentan más inciertos, como en Argentina; y otros que resultan preocupantes, o claramente peligrosos para el mundo, como en Francia. En los tres casos las izquierdas en el gobierno, desde luego muy distintas entre sí, han resultado derrotadas: el chavismo -o más bien el madurismo-, degradado en los últimos años a sus peores niveles de incompetencia y afán autoritario; el kirchnerismo, esa extraña variante de izquierdas, personalista y engreída, del peronismo; y el socialismo francés del errático presidente François Hollande.

Apenas sorprende que, en los dos primeros casos, la descripción de los derrotados pase por los apellidos de sus impulsores: en efecto, Nicolás Maduro -como extensión postrera...

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