Jorge Volpi / Breve historia de la simulación
Autor | Jorge Volpi |
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Por siete décadas (1929-2000), el régimen de la Revolución mexicana sustituyó el sistema oligárquico porfiriano por una democracia imaginaria: un sistema cuya apariencia ocultaba su autoritarismo.
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Tanto el Estado de derecho como las elecciones eran ficciones útiles: la división de poderes escondía un presidencialismo radical; la justicia solo beneficiaba a los poderosos; y, si bien los ciudadanos eran llamados a votar, cada Presidente designaba a su sucesor.
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El sistema basaba su permanencia y su eficacia en la simulación: como en 1984, un lenguaje al servicio del poder disfrazaba la absoluta falta de transparencia y de equidad.
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Unos y otros, políticos y ciudadanos, reconocían la mentira, pero se comportaban como si aquel vocabulario democrático fuera verdad.
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En ese mundo de ficción, la democracia era oligarquía; las elecciones, dedazo; la justicia, ajuste de cuentas; la Constitución y las leyes, papel mojado; el interés general, interés privado: el reino de la corrupción.
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Frente a su paulatino desgaste, la democracia imaginaria del PRI necesitó apuntalarse con instituciones que permitieran el mantenimiento del mito: órganos del Estado con nombres rimbombantes creados para preservar el simulacro.
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A partir de 1988, esa arquitectura ficcional comenzó a desmoronarse: condiciones externas -la democratización y la globalización neoliberal posterior a la caída del Muro- e internas -deserciones y disidencias al interior del sistema- minaron su estabilidad.
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El fraude de ese año no hizo más que señalar lo que todos sabían: el rey -el autoritarismo- estaba desnudo.
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Tras el sacudimiento del alzamiento zapatista en 1994, en el 2000 la sociedad decidió que por primera vez el voto se volviese real.
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Una vez en el poder, la oposición de derecha se dio cuenta de las ventajas de conservar el simulacro: todo cambió y todo siguió igual.
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En su primer gobierno, el PAN de Fox no alteró ni mínimamente la simulación que heredó del PRI y en 2006 reutilizó sus mismas estratagemas para mantenerse en el poder.
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Tratando de ocultar su impostura, Calderón se inventó un enemigo -el Narco- y una guerra: una nueva fantasía para la unidad nacional.
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Otra ilusión: la diferencia entre el Estado y los criminales.
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Calderón sustituyó la vieja mentira priista con otra: una división artificial entre buenos y malos que solo podía resolverse por la fuerza.
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Cuando todo lo demás es mentira, queda un último recurso: el Ejército. Las balas son...
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