Jorge Volpi / Un bel morir

AutorJorge Volpi

Morir no es tarea sencilla, como sabían los antiguos. Y en nuestra época continúa sin serlo: pese a los avances médicos y tecnológicos, y en ocasiones a causa de ellos, pocas veces se alcanza esa "dulce muerte" -en el sueño- o esa muerte súbita que la mayor parte de los vivos anhelamos. Por el contrario, un alto porcentaje de la población de las naciones avanzadas, y uno significativo en países como México, termina sus días en hospitales o clínicas tras largas semanas o meses de agonía, o en "casas de retiro" para ancianos, sometidos no sólo a los peores dolores sino a la indignidad de una vida inútil o a cargo de los otros.

Como escribe Atul Gawande en Being Mortal: Medicine and What Matters in the End (2015): "Para la mayor parte de la gente, la muerte sobreviene sólo después de una larga lucha médica contra una condición a fin de cuentas insalvable -cáncer avanzado, demencia, enfermedad de Parkinson, una falla progresiva de los órganos (por lo general el corazón, seguido en frecuencia por los pulmones, los riñones y el hígado)-, o bien la debilidad acumulada por la vejez. En estos casos, la muerte es segura, pero el tiempo no lo es. De modo que cada uno lucha contra esta incertidumbre, con el cómo, y cuándo, aceptar que la batalla está perdida".

La muerte de mi padre hace casi ocho meses, tras años de dolor y paulatina pérdida del sentido de la vida, no ha hecho sino afianzarme en una convicción muy antigua: entre los derechos humanos consignados en las legislaciones globales y locales tendría que incluirse por fuerza el derecho a la propia muerte. A decidir cómo y cuándo morir, si el azar no indica otra cosa. El derecho al suicidio, sí, pero en especial el derecho a la muerte asistida, a la eutanasia.

Por desgracia, en pleno siglo XXI seguimos a la sombra de una oscura moralidad judeocristiana según la cual la vida es sagrada y hay que conservarla, como un regalo de Dios, hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta que Éste decida, en un postrer acto de gracia, arrancarnos de nuestros sufrimientos. Durante largo tiempo la Iglesia consideró el suicidio como el peor de los pecados, al grado de negar la sepultura a quien se atreviera a cometerlo, y la muerte asistida y la eutanasia continúan teniendo algunos de sus mayores detractores entre los religiosos.

La eutanasia activa -es decir, la muerte provocada por el médico en casos extremos- sólo es legal en Bélgica, Holanda, Luxemburgo y, en algunos casos, en...

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