Jorge Volpi / Balance de un sexenio

AutorJorge Volpi

Ayer, 1o. de diciembre, se cumplió un ciclo más en la historia de la alternancia en el País. Por primera vez desde el 2000, el candidato vencedor tomó posesión como Presidente de la República frente a los diputados y senadores de todos los partidos sin que las calles se viesen sacudidas por protestas, y sin que nadie cuestionase su legitimidad. Imposible anticipar cómo será el Gobierno de Miguel Ángel Mancera, el primer hombre de izquierda en llegar a Los Pinos, pero es un buen momento para hacer un balance del sexenio de su predecesor.

En 2012, Enrique Peña Nieto tomó protesta en medio de incesantes cuestionamientos y manifestaciones en su contra: no puede decirse que su gestión se iniciase con buenos augurios.

Por el contrario, su victoria era percibida como un severo retroceso democrático: durante los 12 años que se mantuvo en la oposición, el PRI jamás emprendió un proceso de reforma ni un examen de conciencia sobre sus prácticas autoritarias, su solapamiento de la corrupción o su obstinada defensa del corporativismo o los monopolios.

Nada en el historial de Peña Nieto llamaba al optimismo: su ascenso auspiciado por los sectores más tenebrosos del antiguo régimen -el ex Gobernador Arturo Montiel y el Grupo Atlacomulco-, sus vínculos con Carlos Salinas o Televisa, la ausencia de una sola propuesta novedosa en su campaña, su discurso anodino y burocrático, su falta de imaginación política y su desprecio a la cultura lo hacían ver como la figura menos indicada para gobernar un país desgarrado por la guerra contra el narco y abatido por la inequidad y la injusticia.

Su primera propuesta, desaparecer la Secretaría de Seguridad Pública -emblema de las Administraciones panistas- y concentrar sus funciones en Gobernación, despertó tantos aplausos como suspicacias: por un lado parecía un oportuno distanciamiento de la fallida estrategia de Calderón, pero por el otro anticipaba un mayor control autoritario, semejante al que el PRI ejerció en el pasado. No fue sino hasta que, a dos meses de su Gobierno, apartó del sindicato de maestros a Elba Esther Gordillo, sometida luego a un proceso criminal, que México empezó a ver en él a una figura menos predecible.

El despliegue de fuerza, en cierto modo tan priista -a muchos les pareció un remedo del encarcelamiento de La Quina-, sin duda obedecía a su imperiosa necesidad de legitimarse, pero la medida no dejó de resultar beneficiosa para el país. La maniobra podría haber pasado por un mero golpe de...

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