Jorge Ramos Ávalos / Estoy harto de los muertos

AutorJorge Ramos Ávalos

Estoy harto. Estoy harto de los muertos. Estoy harto de los políticos que no hacen nada para evitar más asesinatos. Estoy harto de los gritos de los que prefieren defender sus armas en lugar de proteger a las personas. Estoy harto de escribir esta misma columna cada vez que hay una nueva masacre en Estados Unidos. Estoy harto de que no pase nada... hasta la próxima matanza.

Los datos son los de siempre. Un tipo con problemas mentales agarra una o varias armas y mata a mucha gente inocente. El problema no es que existan personas con enfermedades mentales. Las hay en todas partes del mundo. El problema particular en Estados Unidos es que esas personas con un serio desbalance emocional tienen un acceso ilimitado a armas de fuego.

La última matanza en Washington D.C. siguió exactamente el mismo patrón. Durante casi una década Aaron Alexis había actuado con inusitada violencia. Una vez le disparó a las llantas del auto de un vecino. Otra, lo arrestaron a las afueras de un bar por una pelea. En una ocasión disparó al techo de su apartamento; dijo a la policía que fue un accidente mientras limpiaba su pistola; su vecina de arriba, aterrada, cree que él estaba molesto por el ruido que ella hacía y respondió con un balazo. Alguien así no debe tener armas de fuego. Punto.

Pero en Estados Unidos alguien así sí puede comprar perfectamente todas las armas que quiera. Hay lugares donde ni siquiera revisan antecedentes penales. Es más, puedes comprar sin restricciones un arma semiautomática, casi igual a las que se usan en la guerra. Y por internet te pueden enviar miles de balas. Todo sin hacerte una sola pregunta.

Cinco semanas antes de que Aaron Alexis entrara al centro de operaciones de la Marina de Estados Unidos y matara a 12 personas, el asesino llamó a la policía. Dijo que se cambió de hotel tres veces porque tres personas lo perseguían y lo mantenían despierto enviándole vibraciones a través de un horno de microondas. Oía voces a través de las paredes, el piso y el techo.

A pesar de todo, la policía no hizo nada. No le quitó sus armas ni la Marina le retiró el permiso de entrada a zonas restringidas. Su "derecho" a usar armas, amparado por la segunda enmienda de la Constitución, prevaleció sobre el inminente peligro que él representaba. Era una matanza anunciada.

La primera masacre que me tocó cubrir en Estados Unidos fue en la universidad de Virginia Tech, en 2007. Un estudiante, Seung-Hui Cho, asesinó a 32 personas e hirió a otras 17. A pesar...

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