Jorge G. Castañeda / Prudencia

AutorJorge G. Castañeda

Está de moda el optimismo reformador. Está de moda la esperanza legislativa. Y por buenas razones. Incontables analistas, políticos, empresarios y hombres públicos auguran éxitos -unos relativos y pocos, otros enormes y muchos- a la próxima legislatura, fundamentando su vaticinio en las características personales y políticas de los nuevos diputados, y en la nueva disposición del gobierno. Se considera que la renuencia del PRI a cargar con la responsabilidad de una parálisis persistente, así como su expectativa de poder reconquistar Los Pinos en el 2006, llevarán al otrora partidazo a contribuir a la aprobación de reformas estructurales urgentes y básicas, como la eléctrica-energética, la laboral y la fiscal. Y se piensa, asimismo, que el gobierno del presidente Fox ya comprendió que el apoyo del PRI es incompatible con ofensivas del calibre del Pemexgate, entre otras, y que, por lo tanto, éstas cesarán. Entonces, podemos esperar que se abrirán las puertas a una convivencia civilizada entre gobierno y oposición.

Es indudable que tanto en la Presidencia como en la dirección de la bancada priista de la próxima legislatura han optado por propagar sistemáticamente este análisis y vencer así las posibles resistencias causadas por los eventuales costos electorales futuros. Al afirmar las reformas como inevitables y, de hecho, como prácticamente realizadas, los reformadores en ciernes esperan aparentemente generar una inercia tan poderosa que después nadie se atreverá a oponerse a su aprobación, por ser excesivo el costo político de hacerlo. La táctica, ante oposiciones tan fuertes como oblicuas, podría parecer válida. Sin embargo, ante una falta de contenido exacto de cada reforma, y de una hoja de ruta para saber cómo juntar las mayorías correspondientes en cada instancia, es inevitable constatar que esta táctica tiene un efecto secundario indeseable y sumamente riesgoso. México es un país importante y estas luchas políticas y electorales no se dan en un vacío. Lo que puede parecer una buena táctica "entre nos", se vuelve inevitablemente un mensaje que tiende a crear expectativas considerables entre observadores circunspectos cuyas reacciones tienen efectos fundamentales para nuestro presente y porvenir.

En este contexto, al presentar las reformas por realizar como inevitables, el fracaso reviste en sí un costo. Un costo que, además, hay que cotejar directamente con los beneficios obtenidos si hubiera tenido éxito la táctica inicialmente...

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