Jorge G. Castañeda / Después de las campañas

AutorJorge G. Castañeda

Las campañas son cosa pasada. Este domingo, ya no queda más que votar. Y esperar. Aquellos que son candidatos sin demasiadas certezas, se encomendarán a la Virgen de Guadalupe, o equivalente. Los primeros comicios celebrados en México después de la alternancia del año 2000 habrán pasado sin pena ni gloria, lo cual, por cierto, encierra grandes ventajas para el país (y uno que otro inconveniente). Lo bueno, como ya muchos lo han señalado, es que hay elecciones y no pasa nada: no nos estamos jugando el futuro ni la vida; no está en peligro la patria ni es asunto de salvarla; tampoco habrá fraudes descomunales ni historias de violencia. Las elecciones se han vuelto una banalidad, o sea que hemos entrado de lleno en la aburrida normalidad de la democracia. Naturalmente, en un país donde nunca se había disputado realmente el poder en las urnas, esto no constituye una novedad menor ni un logro despreciable. Pero, todas las críticas y dudas sobre la contienda del 6 de julio -e inclusive sus mismas deficiencias- deben ubicarse en el contexto de esa normalidad democrática. De hecho, sólo muy de vez en cuando se producen coyunturas electorales de trascendencia histórica, e incluso éstas se suelen valorar en su justa dimensión luego de muchos años.

Pero ello no significa que esas críticas, dudas y deficiencias carezcan de peso y pertinencia. Se refieren, por lo pronto, a dos temas bien concretos, a saber: los defectos de la institucionalidad electoral, por un lado (con plena independencia de las características de esta votación en particular), y los defectos propios de esta campaña como tal, y que no se hallan vinculados a nuestra legislación electoral. Entre esas primeras deficiencias institucionales destacan, por supuesto, el elevadísimo costo de las campañas o, si se prefiere, de cada voto emitido. En la revista Proceso de esta semana figuran cifras y comparaciones verdaderamente aterradoras: cada voto efectivo, dependiendo de la abstención, cuesta entre 200 y 400 pesos; el gasto del IFE, por otra parte, es comparativamente mucho más elevado que el de países como Japón. Posiblemente, éstas son las elecciones legislativas más caras del mundo. La multa del Pemexgate al PRI y la que viene al PAN por Amigos de Fox ayudarán a reducir el gasto electoral en los dos años venideros, pero es evidente que nuestra democracia ya es demasiado onerosa. En segundo lugar, el número de diputados: el tamaño del Congreso ha ido aumentando conforme se han abierto...

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