Jordi Soler / El diálogo normal

AutorJordi Soler

Haciendo un intento por ilustrar, a grandes brochazos, esta aparente contradicción, diría que las virtudes y los defectos del español se magnifican en México; por ejemplo, las corruptelas de un servidor público en España dan para un departamento en Marbella, mientras que las de su homólogo en México pueden alcanzarle para reproducir el Partenón en una colina; y lo mismo pasa con la generosidad, el español te invita a su casa, y el mexicano además de invitarte te hace sentir, y así lo dice, que su casa es tuya.

Estos grandes brochazos se complican hasta el infinito con las irradiaciones del pasado con las que estos dos países, cimentados en una historia rica y compleja, conviven todos los días, y aun cuando hoy parezca un cliché seguir sacando a cuento a Hernán Cortés y al mundo prehispánico, como elementos de la incomprensión mutua, también es verdad que se trata de un tema que no se ha resuelto y que sigue palpitando en los dos lados del Atlántico.

México y España se parecen tanto, que cualquier factor diferencial, por nimio que sea, se convierte en un abismo, en un abismo infranqueable para un viajero mexicano que, después de estar unos días en Madrid sintiéndose como en casa, detecta en ese que había sentido como su hermano español, un gesto, un modo, un grito, un aspaviento, que le parece descortés y grosero. Lo cierto es que a este viajero mexicano no le hubiera importado tanto si ese mismo aspaviento se lo hubiera hecho alguien que se le pareciera menos, como un sueco o un chino.

Hace unos meses se publicó una encuesta en España que evidencia una profunda incomprensión: a la pregunta de con cuál país de Latinoamérica se identifica más, la gran mayoría respondió que con Argentina, y en segundo lugar con Cuba; México aparecía en tercer lugar.

Aunque el resultado de la encuesta está orientado por la gran emigración de españoles a Argentina durante el siglo pasado, y por la enorme emigración inversa, de argentinos a España, que hay ahora, no deja de sorprender lo poco que pintamos en ese país del que, en distintos porcentajes, venimos casi todos los mexicanos.

Pero lo mismo sucede aquí, España no pinta en nuestro panorama vital, o pinta negativamente; la imagen del español es, en general, la de una persona que grita, cecea y se conduce con prepotencia.

Resulta curioso y sintomático que un trabajador mexicano nunca se plantea buscarse la vida en España, donde se habla su lengua y tiene un montón de referentes culturales; y en cambio se...

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