Jesús Silva-Herzog Márquez / Más sobre los tapabocas

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Ofrezco en estas líneas una respuesta a Ricardo Becerra, quien el lunes sostuvo en Crónica que mi defensa del derecho de los curas a expresar sus ideas constituye un "laicismo soft", un laicismo tenue e ingenuo. Frente a esa liviandad, sugiere un laicismo viril, un laicismo, "hard" lo llama él, que ponga límites de fierro al oscurantismo que nos amenaza.

Según Becerra se ha revelado una "corriente larvada en la academia (Carlos Elizondo y yo representamos a su entender esa disfrazada inclinación académica) confeccionada con trapos importados de las manías y las costumbres norteamericanas," que ignora la historia patria y recomienda la rendición del Estado. Desmemoriados académicos proyanquis, agazapados en oscuros pasillos universitarios, que desconocen nuestras raíces pidiendo la emulación del Imperio. ¡Ay!

Lamentablemente, Becerra hace referencia muy vaga a nuestros textos. No hay una sola cita de esas larvas forasteras que somos Elizondo y yo. Su crítica construye así su propio blanco. Pasa por alto los ponderaciones presentes en nuestros textos para hacer la censura de los "softies". Nuestro crítico ofrece cinco razones para defender su posición. A mi entender, todas son razones frágiles, cuando no tramposas. Comento cada una de ellas.

Hay que ser cuidadosos con los conceptos, pide en primer lugar el profesor Becerra. Está bien: intentemos ser escrupulosos en el uso de las palabras. Laicismo es la emancipación de lo político frente a lo religioso. Lo que rechaza el laicismo es la pretensión de instaurar el privilegio político de una fe; prohíbe que el poder político se coloque al servicio de un mandato supuestamente divino. Asegura así la independencia de las instituciones estatales frente a quienes se creen portadores de la Verdad. Sostener que el tapabocas a los curas es una defensa del laicismo es absurdo porque el corazón del laicismo está en el poder del Estado, no en la acción de las iglesias. El laicismo exige la neutralidad (neutralidad activa, subrayaría) del poder público frente a las convicciones religiosas de los ciudadanos, no el silencio de quienes no son laicos.

El segundo argumento de Becerra es el de la legalidad. Lo curioso es que fabrica la ley que le gustaría en lugar de leer la que existe. No solamente no ha sido cuidadoso para leernos; no ha tenido la paciencia para leer la ley. Dice Becerra que la ley prohíbe "que los sacerdotes se metan en política." Pues no, eso no dice ninguna ley. De hecho, es la ley la que...

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