Jesús Silva-Herzog Márquez / La momia

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Alguna vez Hugo Chávez habló de lo macabro que le parecía embalsamar el cuerpo de un ser humano. Es una de las pocas expresiones que puedo entrecomillar coincidiendo con él. Contemplar un cadáver insepulto, decía, representa un signo evidente de la "inmensa descomposición moral" que sacude a nuestro planeta. Le parecía repulsivo que la gente pagara por ver un cuerpo preservado artificialmente con químicos y trapos. Se refería a la horrible exposición de cadáveres disecados que ha viajado por el mundo y resolvió prohibirla para que no la vieran los caraqueños.

García Márquez también había condenado la mala costumbre de embalsamar. Los egipcios habrán tenido sus razones pero no hay forma de justificar la "costumbre creciente de los regímenes comunistas, que parecen confundir el culto de los héroes con el culto de sus momias", escribía el novelista en un artículo de 1982. Eso no era lo que, al parecer le molestaba al caudillo. Lo que le ofendía con la exhibición de los cadáveres era el morbo que suscitaban los cuerpos exhibidos y el negocio que alguien hacía. Al pontificador le indignaba que se traficara con la muerte; que unos empresarios lucraran con un cuerpo al que no se le permite descomponerse. El problema era el negocio: en la misma intervención justificaba que los cuerpos sin vida sirvieran a la ciencia.

Lloró al ver los huesos de Bolívar. "¡Hemos visto los restos del gran Bolívar!", tuiteó el Presidente tras exhumar los huesos del héroe. "Confieso que hemos llorado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada. Dios mío. Cristo mío". Para Chávez, el esqueleto no eran escombros de calcio sino materia resplandeciente: chispa de divinidad. Si los cadáveres podrían servir a la ciencia, ¿por qué no usarlos para el fomento de la fe patriótica? La abominable momificación será la máxima recompensa del megalómano.

En eso me interesa detenerme: en el culto de Chávez. Muchos han hablado de los efectos ruinosos de su caprichoso régimen en la economía, de su despotismo, sus extravagancias; otros han celebrado su política social, su combate a la pobreza, su impacto continental. Quisiera tocar el punto que me parece más extraordinario de su política: la demostración de que en el siglo 21, en una de las democracias más estables (y más prósperas) de América Latina hay espacio para una política devocional que pervierte los instrumentos de la democracia sin eliminarlos.

El régimen chavista es el mejor ejemplo...

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