Jesús Silva-Herzog Márquez / La discreción

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

No callarse nada lo dice todo. La frase proviene de la publicidad de un prestigiado noticiero de radio. El lema se comercia como expresión de una valentía que no se detiene ante las intimidaciones. Curiosa manera de promover un noticiero. Si algo se aprecia de un trabajo periodístico es precisamente lo contrario: la inteligente elección de silencios, la capacidad para distinguir aquello que debe decirse de lo que no. La difusión y el examen de lo que importa provienen justamente de callar aquello que no amerita mención. Si no sabemos callar muchas cosas, no diremos nada. Tan importante es lo que un periodista calla como aquello de lo que habla. Equivocada como descripción de un buen trabajo informativo, la expresión publicitaria revela, sin embargo, el clima de opinión reinante. No callarse nada es decir todo del aire que respiramos, un aire contaminado por el morbo de lo público, por una bravuconería de la publicidad, un exhibicionismo sin recatos. La confesión televisada es tenida como espada de la valentía, el desahogo público es una expresión de dignidad, el acusador es convertido instantáneamente en héroe. Y el silencio es siempre inmoral.

Vivimos, en efecto, un morbo por lo público. La epidemia quiere que todo sea dicho, que todo sea visto, que todo sea colocado en vitrina de exhibición, que todo sea proyectado con altavoces. Para esta manía de revelaciones, todos tenemos derecho a saber todo y quien pretende ocultar algo esconde un crimen. Es el fanatismo de la transparencia. Un diputado se exhibe orgullosamente en calzones, el Presidente besa a su mujer posando para las cámaras, la difusión de conversaciones telefónicas es admirada como un acto de valentía extraordinaria. Estamos en presencia de una nueva filosofía del actuar político que entierra como arcaísmo la ética de la discreción. Ser discreto es ser cobarde. Ser discreto es ser cómplice de pillos. El político discreto, aquel que cuida lo que sabe, quien reserva sus opiniones para el momento debido, quien resiste la tentación de ser en toda oportunidad el epicentro del terremoto diario, es visto como el guardián de secretos palaciegos, el enemigo mortal de una sociedad democrática.

La manía de la transparencia es tan nociva como su contrario, la paranoia del ocultamiento. De un extremo nos hemos columpiado hasta el extremo contrario. Si antes se trataba la información pública como patrimonio privado, ahora hasta lo íntimo se publicita como bandera política. Si la convivencia...

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