Jesús Silva-Herzog Márquez / Un éxito de la diplomacia

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

La conferencia de Cancún sobre el cambio climático se inauguró con expectativas diminutas. Diarios en todo el mundo enviaban reporteros a la isla anticipando que relatarían, una vez más, la incapacidad de la comunidad internacional para llegar a acuerdos en esta materia. Sus precedentes habían sido frustrantes. Casi todos esperaban que esta conferencia fuera, nuevamente, un paseo inservible de diplomáticos, una ceremonia para los fotógrafos. Retórica que no aterriza en compromiso. De ahí que imperara por todos lados la advertencia de no esperar mucho del evento. Se entiende la dificultad de llegar a un acuerdo sobre este tema. Solo unos cuantos dudan que el cambio del clima en el planeta es un problema gravísimo y que podría tener consecuencias devastadoras para la humanidad. Pero ese consenso desaparece cuando hay que tomar medidas concretas, cuando hay que pagar por la reconversión económica. Seguramente no hay reto más complejo para la comunidad internacional que éste. La colaboración de todos es indispensable: si alguien se mantiene al margen el resto no tiene alicientes para colaborar. Los estímulos están puestos, pues, para hablar mucho y comprometerse a poco.

La reunión previa en Copenhagen había terminado en un desacuerdo público y ruidoso. Un sonado fracaso del multilateralismo. El documento que habían preparado los organizadores fue rechazado por un número importante de delegaciones que expresaron su desacuerdo con el lenguaje de la propuesta saliéndose de la plenaria. La reunión de Cancún fue distinta. La clausura estuvo envuelta en una sensación de júbilo por lo logrado y por la hazaña de superar el veto de un país cuando se exigía consenso. Los acuerdos de la COP16 son sustanciales. La limitación de emisiones de gases de efecto invernadero es ya un compromiso de Naciones Unidas que enlaza a Estados Unidos y a China. Se crea también un fondo verde que llegará a 100,000 millones de dólares al año en el 2020. Por supuesto, el acuerdo no es revolucionario pero recupera para todos un sentido de colaboración internacional; funda un compromiso global que puede ser modesto, pero no es insignificante. Lo más importante es que Cancún revierte una tendencia que parecía irremontable. Una ovación mereció la conductora de esas reuniones complejas y maratónicas, la canciller mexicana, Patricia Espinosa. No fue un aplauso protocolario, sino el reconocimiento entusiasta a sus gestiones para lograr el improbable acuerdo. Las delegaciones...

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