Jesús Silva-Herzog Márquez / Clericalismo republicano

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

La semana pasada abordé el silencio del secretario de Gobernación frente a la provocación del cardenal Norberto Rivera. Frente a la intimidación del dirigente religioso, el ministro del interior no solamente se abstuvo de confrontar la bravata y defender inequívocamente el imperio de la ley, sino que abrazó las razones de la desobediencia. Indignante muestra de infidelidad democrática. Los enemigos de la legalidad estricta encontraron así un nuevo aliado en el gobierno federal. Las convicciones personales colocándose una vez más por encima de las reglas objetivas del Estado democrático. Y el compromiso del gobierno federal con el Estado laico, nuevamente en entredicho.

Pero no debemos pensar que los enemigos de la sociedad abierta sean solamente esos. El Estado laico está también amenazado por otro clericalismo, un clericalismo patriótico que pretende limitar las libertades escudándose en una intolerancia republicana. El clero de la cruz y el clero del águila abrazando las mismas razones para limitar la expresión libre de las ideas, silenciar a sus herejes y emplear el poder del Estado para promover la obligatoriedad de su credo y su simbología. Hace unas cuantas semanas la sociedad liberal mexicana recibió un golpe verdaderamente serio. El máximo tribunal del país decidió que los mexicanos no tenemos el derecho de decir lo que pensamos sobre los símbolos nacio- nales. Podemos componer alabanzas a los emblemas nacionales pero nada que fomente su descrédito. La mayoría de los ministros de la primera sala de la Suprema Corte de Justicia resolvió que un escrito puede ser un delito si ofende los santos símbolos de la nación. Carecemos, pues, de la libertad de expresar nuestra opinión sobre la bandera y el himno. Tenemos obligación de venerarlas.

El asunto que toca esta lamentable decisión judicial es, nuevamente, el disputado terreno del laicismo. Lo que algunos consideran sagrado no puede ser obligación. El cardenal Rivera tiene todo el derecho de defender su fe y difundirla. Nosotros tendremos la opción se oírlo y de acompañarlo si es que nos convence. Pero no es aceptable que el Estado emplee la fuerza pública para castigar a quienes no siguen sus creencias y sus ritos. Los Estados que se comportan así son teocracias. Su primera ley es un libro sagrado que se coloca por encima de toda norma social. Lo mismo puede decirse de la simbología republicana. El Estado podrá promover sus efigies pero no tiene autorización para sacralizarlas. Un...

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