Jesús Silva-Herzog Márquez / El Estado y la máquina de fango

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

¿Tiene el Estado el derecho de exhibir universalmente las peores conductas de sus ciudadanos? ¿Es legítimo que emplee su poder y sus recursos para humillarlos? ¿Puede usarse la tecnología para aplicar a los abusivos castigos que no están previstos en la ley? Yo respondo enfáticamente que no. La tarea del Estado no es el escarnio, es el castigo. De hecho, podría decirse que el Estado nace para domesticar la pena que merecen los transgresores. Frente a la indeterminación del repudio social, la exactitud de la multa, la precisión del encierro. Pensaría que nadie que crea realmente en una cultura de los derechos podría tomar el atajo del escarnio como política punitiva. Me parece claro que la vereda conduciría, tarde o temprano, a grotescas arbitrariedades políticas. En estas horas de confusión, sin embargo, hay que volver a lo elemental: el poder público no puede hacer más que lo que expresamente le permite la ley. Aceptar por hartazgo el principio de que un burócrata pueda imponer sanciones devastadoras es concederle un poder excesivo. Como tantos otros atropellos, el abuso que se dispone en el permiso puede invocar las mejores intenciones y las mejores justificaciones. Es, a mi juicio, inaceptable.

El asunto merece debate. Ha hecho bien, a mi juicio, la Comisión de Derechos Humanos de la ciudad al levantar la mano frente a la decisión de la delegación Miguel Hidalgo de trasmitir en tiempo real sus operativos y difundir las transgresiones de los "vecinos gandalla". Quien lo hace pretende, explícitamente, aplicar un castigo a los desvergonzados que tiran la basura en la calle, que estacionan sus coches en la banqueta, que ofrecen soborno. Ha podido documentar el lenguaje y los desplantes de quienes, gozando de dinero y poder, creen estar muy por encima de las restricciones que impone la convivencia. Es cierto: no hay ley que se les aplique, no hay sanción que los intimide, no hay autoridad que respeten. Es cierto también: la autoridad es débil y carece de prestigio. Se entiende por eso la tentación de hacer cualquier cosa para detener la prepotencia, la falta de compromiso elemental de muchos con el vecindario y la ciudad. Creo, sin embargo, que la medicina puede terminar siendo más costosa que la enfermedad. De nuevo, apostar por los vengadores. Debilitar la ley, arguyendo que se le rescata. Lo digo aceptando que la inquisición podría resultar, por intimidatoria, eficiente. Sin embargo, ¿son...

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