Jesús Silva-Herzog Márquez / Cuidar la neutralidad

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

El presidente Peña Nieto tiene una palabra en la boca: populismo. Es el ogro que quiere descabezar y al que dedica todas las municiones disponibles. Se monta en cualquier oportunidad para lanzarse en su contra. Ha aprovechado los compromisos más importantes para denunciar el mal: el populismo es irresponsabilidad, es polarización, es retraso, es devastación institucional. La preocupación empieza a parecer obsesiva. Más que su legado, lo que desvela al Presidente es, al parecer, su sucesor.

Hay una forma concreta de combatir ese mal: honrar los principios de la democracia liberal. Cuidar el delicado equilibrio de sus piezas es la mejor manera de conjurar el peligro. Si Enrique Peña Nieto quiere exorcizar al maligno tiene el deber de velar por la neutralidad efectiva de las instituciones del Estado. Es que el populismo se alimenta de ese argumento: el poder público no lo es. Se presenta como nuestro pero está al servicio de pocos. La convicción central del populista es, en efecto, que las instituciones son de ellos, no nuestras. Por eso, si el Presidente quiere desarmar a su enemigo debe cuidar lo que lo trasciende: los órganos de la imparcialidad. Hoy tiene sobre la mesa una decisión crucial: proponer dos candidatos a la Suprema Corte de Justicia. Convertir a la Corte en refugio de políticos es regalarle el mejor argumento al populismo. Es alimentarlo con las razones que lo encumbran. Ya lo hizo Peña Nieto con su primer nombramiento. Llevó hasta ese tribunal a un político sin carrera como abogado postulante, sin experiencia judicial ni trayectoria académica. Fue un golpe a la autoridad de una institución donde reside el aplomo constitucional. Las primeras intervenciones del policía-diplomático convertido en juez del supremo han puesto en evidencia no solamente el arcaísmo de sus convicciones sino, lo que es en realidad más preocupante, la ligereza jurídica de sus argumentos. Sumar otros dos nombramientos políticos destruiría no solamente la reputación sino la solvencia de un órgano crucial para la frágil democracia mexicana.

La decisión que espera en el escritorio del Presidente es de la máxima importancia. No puede exagerarse el impacto que tendrá en la salud de nuestro pluralismo. Si la Corte se convierte, por el perverso acuerdo de los políticos, en otra delegación de los partidos, habrá muerto. Es cierto: la negociación parlamentaria puede dar los votos necesarios para que las transacciones partidistas se impongan. Correspondería al...

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