Jesús Silva-Herzog Márquez / Tiempo de fanfarrones

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Donald Trump no se desinfla. Ya no es fácil descartarlo como el bufón de un fin de semana. Encabeza a los republicanos y no se asoma la tontería que pudiera descarrilarlo. Mañana puede decir que George Washington fue un traidor, que la Constitución es un trapo lleno de tonterías, que los homosexuales son invasores de Marte y no pasaría gran cosa. Un par de artículos, algunas voces indignadas y seguiría subiendo en las encuestas. Ha ofendido a todos los grupos, ha roto todas las normas de prudencia política y sigue en las nubes. Encabeza las encuestas y define la agenda de la campaña electoral. Trump ha ampliado sorprendentemente su base de simpatizantes. Es el candidato más popular en todos los grupos que se identifican con el Partido Republicano. Ha descrito a varias mujeres como animales repugnantes, a alguna la ha llamado puerca ... y es el más popular entre las mujeres. Su soberbia es tal que, declarándose religioso, ha dicho que no ha tenido nunca razones para pedirle perdón a Dios. Los evangélicos lo adoran.

Algo dice del clima político de Estados Unidos y también de un clima más amplio, del europeo, del nuestro. La atmósfera política de unas democracias distantes e ineficaces, de una comunicación obsesiva e irresponsable, de sociedades cada vez más polarizadas, de ánimos rabiosos. Éste es el tiempo de los fanfarrones. Donald Trump no es más que el ejemplo más acabado de un personaje político que surge de tiempo en tiempo y que parece cada vez más exitoso: el demagogo que se presenta como el valentón que resuelve los problemas a base de fuerza y puño. El intrépido que es enemigo de los cobardes y los moderados, el tipo de lengua suelta que hace pasar el insulto por autenticidad. Qué lindo agrede el fanfarrón, qué admirable su capacidad para lanzar estiércol, qué refrescante su embate contra el respeto. Seguir las ocurrencias del fanfarrón es divertido, emocionante. Logra expresar con desparpajo lo que a cualquiera apenaría. Representa la victoria del impudor, la desvergüenza. La venganza de los patanes.

El fanfarrón es una curiosa subespecie del demagogo. Mientras el demagogo tradicional se disfraza de ciudadano común y se dedica a repartir elogios al pueblo, el bravucón hace lo contrario. No puede hablar bien más que de sí mismo. Sería incapaz de encontrar virtud en el hombre normal, en la sencillez, en la humildad. El pueblo siempre tiene la razón, dice uno; todos son idiotas, dice el otro. El demagogo arremeda la voz...

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