Jesús Silva-Herzog Márquez / El asomo del consensualista

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

En Peña Nieto se percibe flexibilidad al absorber las banderas del adversario, pero también esa voluntad consensualista que niega ímpetu a la reforma. Enrique Peña Nieto abandonó las prioridades de su campaña tan pronto pasó la elección. Tres temas que apenas habían formado parte de su propuesta política desplazaron a los asuntos que insistentemente definió como el corazón de su oferta. Si el candidato se concentraba en la reforma económica y en cambios políticos para la eficacia, el Presidente electo se concentra en reformas cautelares: advertencias y restricciones a su propia coalición.

Tres medidas se han subrayado hasta el momento: un órgano contra la corrupción, el fortalecimiento del instituto de la transparencia y la clarificación del vínculo entre poder y medios. Se trata evidentemente de la absorción de las banderas del adversario, un reconocimiento implícito a los críticos que temen el retorno del PRI como una restauración de los abusos, una vacuna que admite la propensión de ese grupo a ciertas enfermedades: opacidad, corrupción y connivencia con los medios.

Hay algo de alentador y algo preocupante en este giro. Por una parte, las nuevas prioridades de Peña muestran a un político flexible, dispuesto a escuchar y a atender las razones de sus críticos; un político que pretende adaptarse a las circunstancias cambiantes. El Presidente electo no es un dogmático que pretenda imponer su agenda cerrando los ojos a la realidad circundante. Es un político bien dispuesto a la adaptación, inclinado a negociar, propenso a ceder. No se percibe aquí una ceguera triunfalista sino, muy por el contrario, una modestia prudente que comienza con gestos de inclusión y autocrítica.

Peña Nieto no entiende la política como servidumbre a un proyecto, sino como acomodo a las circunstancias. No pretende emplear el poder como rodillo para aplicar una receta. En efecto, no es el tecnócrata que conoce la verdad y pretende imponerla cueste lo que cueste. No es el mesías que encarna la verdad y nos guía a todos por la ruta moral. Si no es un político dogmático es porque no sirve a dogma alguno o será tal vez que no tiene ideas. Peña Nieto pide que no lo juzguemos por su discurso y tiene razón. No aspira a marcar la historia de la oratoria, sino a cambiar la historia de México.

La pregunta es cómo se puede cambiar la historia de un país sin un compromiso mínimo con un proyecto. Un compromiso sujeto, por supuesto, a las adaptaciones y las alteraciones necesarias...

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