Jesús Silva-Herzog Márquez / El fin de la autoridad hacendaria

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Alojado en un poder declinante, la Secretaría de Hacienda se fortaleció con el cambio político. La Presidencia se debilitó, mientras Hacienda se fortificaba. Custodiaban la oficina un grupo compacto de técnicos que imponía su juicio por encima de las resistencias. Se formaron en la misma escuela y compartían un programa. Su voz era tronante. Nadie podía ignorar su veredicto, sus anticipos, sus advertencias. Izados por su solvencia técnica, arropados por un innegable prestigio internacional actuaron como pontífices. Vinieran de arriba o de fuera, las presiones eran incapaces de torcer el camino trazado en aquellas oficinas. Hacienda oficiaba como autoridad económica: una voz juiciosa que ponía fin al bullicio. Mientras la conducción política del país perdió unidad con el pluralismo político; la conducción económica afianzó esa unidad. Una Presidencia debilitada compartía el poder con una Secretaría de Hacienda poderosa. Desde hace lustros la política económica no ha estado en Los Pinos, como apuntó en su momento Gabriel Zaid. Estuvo en una dependencia formalmente subordinada al Presidente pero que logró guarecerse de las amenazas del pluralismo conformándose como un poder casi autónomo y prácticamente irrebatible. El titular de la Secretaría de Hacienda fue elevado, sin proclamación alguna, como autoridad: depositario de un saber incuestionable en el cual se confía esperanzadamente.

Esa autoridad ha muerto. Atentaron exitosamente contra ella la ligereza de su pontífice; la pérdida de ejemplaridad mexicana y la crisis de una ciencia. Empiezo con la devaluación de la confianza. Más allá de las facultades de Hacienda, por encima de sus recursos institucionales está su capacidad de ser un faro de la actividad económica. Un referente de confianza cuya palabra tiene una presunción de solidez. Frente al estruendo de charlatanes e ignorantes, frente al jaloneo vociferante de los interesados, el secretario de Hacienda debe hablar desde la sequedad de los datos, sin pretender endulzar la realidad. Pero cuando se quiere fomentar tranquilidad sin realismo, la calma esperada es demolida por los hechos. Ésa ha sido la historia del secretario dedicado desde hace meses a corregir sus celebraciones y a ajustar siempre a la baja sus pronósticos. Una crónica de sus declaraciones sería un recuento chusco de errores e ilusiones. El funcionario tiene hoy el crédito de cualquier político que habla pensando en los titulares de la mañana siguiente. Deja de ser...

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