Jesús Silva-Herzog Márquez / El momento republicano

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

La ceremonia de relevo de poderes en Estados Unidos nos recordó que ese país nació como una república, antes que como una democracia. Para los fundadores de Estados Unidos la palabra democracia era sospechosa. Las sílabas de república, por el contrario, contenían la ambición de gloria y la determinación de hacer un gobierno popular. La democracia denotaba la experiencia fallida de un gobierno tumultuario: régimen de demagogia, inestabilidad, anarquía. La antigua república representaba la experiencia de un gobierno sin reyes basado en la participación de la gente. El orden republicano era el modelo de su política y se volvería la inspiración de su arquitectura pública. La esperanza de los fundadores era proyectar la vieja república a los nuevos tiempos. Era, más aún, su misión, tarea histórica. Como han sugerido una serie de estudios contemporáneos, la cuna de Estados Unidos puede ubicarse en el Renacimiento antes que en la Ilustración. Su motor inicial sería, en consecuencia, la idea de la virtud cívica de los republicanos italianos más que la noción de la propiedad privada de los contractualistas ingleses. En el imaginario norteamericano subsiste esa semilla ideológica y en sus fiestas políticas hay algo de aquellas solemnidades.

La república parte de una noción de la naturaleza humana. El hombre no es una isla que produce y que consume, una máquina movida por apetencias y repulsiones: es un animal de la ciudad que encuentra plenitud en la comunidad. Ahí participa y discute. Al involucrarse en los asuntos comunes, adquiere plena humanidad. Por eso el ideal cívico es la participación en el espacio público y por eso mismo se ve con sospecha el refugio doméstico. La política no es función de arbitraje o asunto de guardias: es la más exquisita de las artes, la cúspide del genio humano. El buen gobierno no depende de castigos ni de amenazas. En el centro está la virtud, la prudencia, el patriotismo, la disposición de entregar creatividad, valor y tiempo a la ciudad. De la igualdad parte también la idea de la distribución de cargas, responsabilidades y honores. Si la política nos define a todos, ninguno puede ser gobernante vitalicio. El flujo de los cargos públicos vivifica la política como las estaciones cuidan la vida de las especies. La república responde así a un metabolismo que rinde homenaje a los ciclos naturales: el frío que da paso al calor; los ríos que renuevan su agua, los cuerpos donde circula y se oxigena la sangre. Marcadas por...

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