Jesús Silva-Herzog Márquez / Obama, el marciano

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Despegó a la política nacional llamando la atención de su excentricidad. Dirigiéndose a los delegados de la Convención Demócrata en el 2004, advirtió lo inusitada que era su presencia. Tomaba la palabra un hombre de raza mixta, nacido en los márgenes del país y con un nombre exótico. No solamente tenía un nombre de pila raro, sino también un apellido extraño -por no hablar del sospechoso segundo nombre: Barack Hussein Obama. Lo subrayaba: no es normal que me estén escuchando en este foro. El exotismo no fue solamente su carta de presentación sino que ha sido el sello de su política. Su carrera política en Chicago, su labor en el Senado y, sobre todo, su campaña electoral, se basaron en la búsqueda de una nueva política, una política que escapara de los casilleros tradicionales. Sería el promotor de una política que trascendiera la identidad racial y que superara los enconos del partidismo: una política post-racial y post-ideológica.

Pero la pretensión de escabullir la retícula de las categorías ha dificultado su conexión con la gente. Obama enfatizó que no era un político tradicional, que no estaba atrapado en un cubo hermético de creencias, que no era un doctrinario y que no lo impulsaba el resentimiento. Se ha definido insistentemente a partir de lo que no es, pero no ha acertado a definir una identidad que afirme. Por eso tantos norteamericanos se preguntan hoy quién es su Presidente. A la mitad de su cuatrienio, los norteamericanos tienen más dudas sobre la personalidad de quién los gobierna de las que tenían cuando asumió la Presidencia, hace poco menos de dos años. Es significativo, que, de acuerdo con una encuesta reciente, en los últimos seis meses haya crecido la proporción de norteamericanos que piensa que Obama es musulmán. Uno de cada cinco norteamericanos lo cree. No hay ninguna pista de realidad que dé validez a esa persuasión. Ninguna. Es simplemente absurdo sostener que Obama es un adorador de Mahoma. Pero el hecho de que aumente la sospecha es indicativo de algo que va más allá de la fe del Presidente. En primer lugar, es revelador de la hostilidad de sus adversarios y de la efectividad de un mensaje alimentado con todo el menú de los prejuicios. Pero es, ante todo, evidencia de que los enemigos de Obama han detectado el punto débil del flaco Presidente: el inquilino de la Casa Blanca sigue siendo visto como un personaje enigmático, desconocido, y por lo tanto, poco confiable. Si las etiquetas tradicionales no lo describen...

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