Javier Alberto Reyes G./ La imagen del candidato

AutorJavier Alberto Reyes G.

Cerca los días de saber quién competirá por el gobierno de la entidad, es preciso entender por qué los análisis son más sencillos en Nuevo León que en el resto del país. Se debe principalmente a que no sólo en materia económica se distingue de las demás regiones, sino también en materia de competencia electoral (que no dije política), pues para la población no existe en la práctica una sobreoferta partidista. Hay dos partidos, y los demás sólo captan presupuesto nutrido por nuestros impuestos.

Desde esa perspectiva, el trabajo de análisis tiene menos variantes, e inclusive el rumbo no está en duda pues la similitud entre el PRI y el PAN locales es evidente, con excepción de cuestiones de método, personas y estilos. Así, en el lapso de tiempo que nos separa de la contienda del 2003, el análisis bien puede trasladarse del ámbito de la competencia partidista al de la imagen que proyectan ante el electorado y, consecuentemente, ya una vez elegido gobernador, el impacto en los factores reales de poder.

Según varios pensadores, el sistema moderno de partidos políticos aparece hasta hace apenas un siglo, salvo en Estados Unidos. Antes de eso, y hasta 1950 en que la mayoría de las civilizaciones cuentan con sistema partidista constitucional, el panorama lo dominan los clubes, los grupos parlamentarios y las asociaciones.

Hoy queda claro que los partidos tienen dos objetivos: estar organizados establemente con el fin de asegurar beneficios a sus miembros, y lograr para ello que sus dirigentes gobiernen. En ese sentido, lo que los partidos pretenden es participar en la orientación política de la sociedad según su ideología y programas. El papel del partido político es, en resumen, vincular al Estado con la comunidad y participar en la sucesión pacífica del poder, contribuyendo a la estabilidad.

El problema es cuando el panorama político es multipartidista. Simple: cuando en cierta sociedad existen dos o a lo más tres partidos, quiere decir que la opinión pública es relativamente homogénea, es decir, la mayoría de los ciudadanos tienen una idea de a dónde se quieren dirigir. Este sistema permite que la lucha se centre en impedir rompimientos y en moderar el discurso para un consenso responsable.

Coloquialmente hablando: es más fácil sembrar caos en una familia de ocho miembros que en una de tres, pues en una de ocho sobra con quién replegarse mientras que en una de tres es mejor llevarse todos bien porque no hay con quién formar coalición sin...

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