Jaque Mate/ El Mundial

AutorSergio Sarmiento

"En el juego hay dos placeres distintos y es probable que uno de los dos se consiga: el placer de ganar y el placer de perder".

Lord Byron

Cuando el Gobierno de la República intentó imponer el Horario de Verano, que implicaba una modificación de apenas una hora en las rutinas diarias de los mexicanos, se generó un poderoso movimiento de protesta. A los simples cuestionamientos siguieron las controversias constitucionales y el asunto pasó a la Suprema Corte de Justicia, que se lo reviró al Congreso. Al final los Legisladores ordenaron lo mismo que el Gobierno había decretado en un principio.

Pero lo curioso es que, a partir de mañana, una parte muy importante de la población mexicana empezará a hacer un cambio de horario no de una hora sino de 15. De manera voluntaria, sin protesta alguna, millones de mexicanos tratarán de acomodar su vida y su trabajo a la hora de Japón y de Corea del sur.

Cada cuatro años, desde que tengo memoria, los mexicanos buscamos adaptar nuestra vida a la mayor competencia de futbol en el mundo. En 1962 mis compañeros de escuela y yo seguíamos los juegos por radio desde el aula de clases. Las imágenes de los juegos en blanco y negro del Mundial de Inglaterra de 1966, el primero televisado en directo, retransmitido por el satélite Early Bird o Pájaro Madrugador, están firmemente implantadas en mi disco duro, como si fueran parte de mi sistema operativo.

Las Copas del 70 y del 86 tienen, por supuesto, un lugar especial en mi memoria. No sólo se llevaron a cabo en México sino que me brindaron la oportunidad de acudir al estadio. Nunca le agradeceré lo suficiente a mi padre el haberme llevado al Alemania-Italia de 1970, hasta la fecha el juego más emocionante que recuerdo. Tampoco olvidaré el privilegio de haber visto a Maradona jugar contra Inglaterra en el 86: con la memoria fresca de la guerra de las Malvinas y con la ayuda de la mano de Dios.

No soy en realidad un gran fanático del futbol. Veo ocasionalmente algunos juegos, pocas veces completos. Voy al estadio rara vez y usualmente me siento decepcionado por la calidad de los partidos. Guardo en mi corazón una añeja lealtad por el Betis, el equipo de la clase trabajadora de Sevilla que mi primo Luis Eusebio Sarmiento me ha enseñado a cultivar como parte de mi herencia cultural.

Una vez cada cuatro años, sin embargo, participo en el ritual colectivo de la esperanza y la decepción. Concibo en un principio alguna expectativa irracional sobre lo que no puede ser...

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