Jaque Mate/ Apuestas

AutorSergio Sarmiento

"El hombre contra el hombre.

¿Alguien quiere apostar?"

Juan José Arreola

En México el juego está prohibido. Esto es por lo menos lo que dice la ley. Esta prohibición, que se fundamenta en un precepto moral que el Estado pretende imponer en la gente, se utiliza como excusa para impedir la operación de casinos en el país.

La prohibición no impide, por supuesto, que los mexicanos apuesten. Esto lo hacen legal o ilegalmente de muchas maneras. Cientos de miles de nuestros compatriotas simplemente cruzan la frontera para jugar en los casinos que proliferan en Estados Unidos, tanto en reservaciones indias como Las Viejas, California, o en grandes centros turísticos diseñados para promover el juego, como en Las Vegas o Atlantic City.

Los mexicanos también apuestan en nuestro país. La feria de San Marcos en Aguascalientes se convierte cada año en un enorme casino que opera ante la vista gorda de las autoridades. Cientos de pueblos a lo largo y lo ancho del país organizan fiestas locales en que el palenque, donde se apuesta a los gallos, constituye el principal atractivo.

La gente acude legalmente a lugares llamados books en los que se puede apostar a juegos deportivos mexicanos y extranjeros y a carreras de caballos. En el majestuosamente renovado Hipódromo de las Américas de la Ciudad de México decenas de miles de personas acuden jueves, viernes, sábados y domingos a apostar en las carreras de caballos.

Los mexicanos apuestan para beneficio de las arcas del erario -o si somos un poco más crédulos para la beneficencia pública- cuando compran billetes de la Lotería Nacional, del Melate o de Pronósticos Deportivos.

Y, además, apuestan constantemente entre sí de manera informal. En la ayer concluida Copa del Mundo de futbol los mexicanos se jugaron sin duda miles de millones de pesos en los resultados de los 64 juegos.

La prohibición contra las apuestas en nuestro país, como casi toda la legislación de carácter moral en el mundo, no es sólo un fracaso sino una hipocresía. Parece a veces que lo único que se impide realmente con la prohibición al juego en México es la operación de casinos legales. El único resultado es ponerle un veto a la realización de inversiones cuantiosas que generarían miles de empleos y miles de millones de dólares en nueva actividad económica.

Desde un punto de vista filosófico no hay nada más absurdo que un Estado que dedica el dinero de los contribuyentes a impedir actividades que los ciudadanos realizan por voluntad propia y...

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