Jaime Sánchez Susarrey / La oportunidad

AutorJaime Sánchez Susarrey

¿Por qué en México, a diferencia de Chile o España, no se ha desarrollado ni consolidado un partido de izquierda moderno y democrático? La respuesta, al menos en parte, está en los orígenes. El Partido de la Revolución Democrática nació de la fusión de dos grandes vertientes: las corrientes socialistas (marxista en sus distintas versiones: maoístas, trotskystas, etcétera) y la disidencia priista encabezada entonces por Cuauhtémoc Cárdenas y Muñoz Ledo. Fue en sentido estricto una alianza de oportunidad. Cuauhtémoc tuvo un éxito inesperado y levantó en unos cuantos meses un verdadero movimiento nacional.

Pero eso es sólo la mitad de la historia. La otra mitad es que el Frente Democrático Nacional era una coalición contra las políticas económicas de Miguel de la Madrid. La privatización de empresas y la apertura comercial eran los demonios que combatían los disidentes priistas. La ruptura se hizo inevitable con la designación de Salinas de Gortari como candidato del PRI a la Presidencia de la República. Para todos fue evidente que, lejos de una rectificación, habría mucho más de lo mismo.

El Partido de la Revolución Democrática nació en 1989 bajo esa doble estrella: el liderazgo incuestionable de Cuauhtémoc Cárdenas y un programa de contrarreformas en el plano económico. No a la privatización de empresas estatales, no a la apertura comercial. Todo eso fue aderezado con la convicción de que la elección le había sido arrebatada al Frente Democrático Nacional. Por eso el PRD se mantuvo al margen de todas las negociaciones y reformas que se operaron durante el Gobierno de Salinas de Gortari.

Los NO, así con mayúsculas, se multiplicaron. No a la privatización de la banca. No a la reforma del artículo 27. No al Tratado de Libre Comercio. Y por supuesto, no a las sucesivas reformas electorales de 1989, 1993 y 1994. La contradicción era y es flagrante. Ninguna de esas reformas es hoy cuestionada ni nadie propone, incluidos los perredistas, revertirlas. Pero en aquellos años fueron denunciadas como la antesala del infierno que culminaría con la liquidación de la soberanía nacional.

Las cosas empeoraron en 1994. El levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional despertó los viejos reflejos de las corrientes socialistas. Lejos de condenar la violencia y deslindarse de la guerrilla, como un camino intransitable para un partido democrático, los ex socialistas cayeron bajo el hechizo de Marcos. Los ex priistas, por su parte, vieron en la...

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