Jaime Sánchez Susarrey / A dos años

AutorJaime Sánchez Susarrey

Hoy, a dos años de distancia, lo sabemos mejor. El 11 de septiembre de 2001 cambió radicalmente al mundo. Nada ha vuelto a ser como antes. Los atentados contra Manhattan y Washington fueron un bautizo de fuego. Ese día entramos, de verdad, al Siglo 21 y empezó la configuración definitiva del nuevo orden mundial. Los trazos del mismo están ahora mejor definidos. ¿Qué es, pues, lo que sabemos o hemos aprendido en estos 24 meses?

Primero, que la superioridad técnica y militar de los Estados Unidos sobre el resto del mundo es apabullante. Para la Casa Blanca, la guerra se ha convertido de nuevo en la prolongación de la política por otros medios. Los costos y los tiempos de una intervención armada son perfectamente cuantificables en términos de utilidad y beneficio. El derrocamiento de Hussein, que contaba con uno de los cinco ejércitos más grandes del mundo, llevó apenas 21 días y los números de bajas civiles y militares fueron muy bajos.

Segundo, la doctrina de la guerra preventiva dejó atrás el principio de disuasión nuclear y de respuesta gradual, que imperó a lo largo de toda la guerra fría. La nueva doctrina se basa, por una parte, en la capacidad de intervención militar de los Estados Unidos y, por la otra, en el carácter difuso de la amenaza que hay que enfrentar: las organizaciones terroristas. Sin embargo, la nueva estrategia militar no se ha convertido, como muchos advirtieron y denunciaron, en una escalada de intervenciones armadas. A la derrota de Hussein no se siguieron incursiones contra Libia, Siria o Irán. La razón es sencilla: los frentes no se pueden multiplicar indefinidamente sin perder fuerza y capacidad de respuesta.

Tercero, el verdadero problema para los Estados Unidos no es mantener su hegemonía militar y política, sino generar un nuevo orden estable por regiones e incluso por países. La parte fácil de la guerra contra Hussein fue su derrocamiento, la parte más complicada está siendo la construcción de un régimen estable y democrático. Este proceso es más incierto que el primero y puede, a la larga, resultar más costoso. Porque hay una cosa que la Casa Blanca no puede obviar: la permanencia de las fuerzas armadas estadounidenses en Iraq jamás podrá ser por tiempo indefinido. No hay Presidente ni partido en el poder que soporte semejante costo (político y económico). George W. Bush empieza a entenderlo mejor que nadie.

Cuarto, no se puede ganar la guerra contra el terrorismo sin solucionar el conflicto árabe-israelí. Ese...

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