Jaime Sánchez Susarrey / Descomposición

AutorJaime Sánchez Susarrey

No hay duda que en los últimos años hemos vivido un proceso de descomposición. No hay orden ni actividad que se salve, pero en el ámbito político y de las instituciones de justicia el deterioro es mucho más acentuado. Vamos, además, hacia una elección competida y ríspida. La posibilidad de que la contienda se polarice es muy alta. Sin embargo no es la esperanza ni la confianza lo que impera, sino el desánimo y la abulia. La tesis de que los electores tendremos que elegir entre lo peor y lo menos malo está cada vez más extendida. No hay para dónde voltear. Y cuando se levanta la vista con el ánimo de vislumbrar el horizonte no se ven más que grises o barruntos de tormenta.

Para explicar esta descomposición hay que hacer un recuento de lo ocurrido en los últimos años. La responsabilidad del presidente Fox no se puede soslayar. Las expectativas que generó entre la población jamás fueron satisfechas. Sin embargo, la responsabilidad no es exclusiva del gobierno de la República. Las oposiciones de todos los colores tampoco estuvieron a la altura. La realidad es que tenemos, hoy por hoy, una clase política por debajo de las necesidades y las exigencias de la sociedad.

Por eso, hoy nadie cree en el Congreso. Y no tendría por qué ser de otro modo. A lo largo de estos cinco años hemos presenciado escándalos, conflictos, descalificaciones y pocos o nulos resultados. Todas las reformas importantes están pendientes. Y cuando se analiza por qué no han prosperado uno se topa con razones absurdas o intereses mezquinos. Ninguna fuerza o líder se compromete porque no quiere asumir los costos de una definición y de afrontar decisiones que pueden ser impopulares. Una de las pocas excepciones fue la maestra Gordillo, pero pagó caro su atrevimiento. Terminó sacrificada y defenestrada.

Por eso, hoy nadie cree en los partidos. Todos ellos atraviesan por una crisis, aunque la naturaleza de la misma sea distinta. El PAN paga la ambigüedad de haber ganado la elección del 2000 y de no haberse transformado en el partido en el poder. De ahí el encono y la tensión que viven los panistas. El PRI está dividido, pero lo más grave es que ha perdido su identidad: ya nadie sabe si es el partido del pasado o el que está dispuesto a impulsar las reformas y empujar hacia la modernidad. El PRD se encuentra, literalmente, postrado ante AMLO y no atina a formular un proyecto o ser fiel a lo mejor de su identidad.

Por eso, la inseguridad pública sigue siendo la principal preocupación...

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