Jacques Diouf / El hambre, lujo que no nos podemos dar

AutorJacques Diouf

Si contemplamos el triste espectáculo de los millones de vidas humanas cortadas en ciernes o marcadas para siempre por el hambre, no hay duda de que este flagelo es moralmente inaceptable. El aporte calórico insuficiente y la carencia de vitaminas y minerales esenciales cuestan la vida cada año a más de cinco millones de niños; cuestan a los hogares del mundo en desarrollo más de 220 millones de años de vida productiva; cuestan a las economías de los países en desarrollo miles de millones de dólares.

Incluso, haciendo cálculos conservadores, las estimaciones preliminares indican que el costo combinado de la malnutrición proteico-energética, el bajo peso al nacer y las carencias de vitaminas esenciales ascendería a una cifra situada entre el cinco y el diez por ciento del PIB del mundo en desarrollo, con un valor actual que va de los 500.000 millones de dólares al billón de dólares. Pérdidas de esa magnitud representan claramente un obstáculo significativo para los esfuerzos de desarrollo nacionales.

Por eso, los costos de no emprender acciones inmediatas y decididas para reducir el hambre en todo el mundo son colosales y eclipsan absolutamente los de las acciones que se realizan para reducir el hambre y la malnutrición. Por ejemplo, en estudios efectuados a nivel nacional en 25 países en desarrollo, la Academia para el Desarrollo de la Educación estimó que cada dólar invertido en la reducción de la malnutrición proteico-energética podría rendir al menos ocho dólares de beneficios. Este es el mensaje central del último informe de la FAO sobre el hambre: El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo (SOFI) 2004 que se publica hoy.

Porque a pesar de lo caro que nos cuesta el hambre, su precio no se ha traducido en acciones suficientes, ni nacionales ni internacionales, para combatirla con eficacia. Según las últimas estimaciones de la FAO, desde 1990-92, que es el período de referencia establecido por la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996, la cifra de personas hambrientas en los países en desarrollo ha disminuido sólo en nueve millones, a pesar del solemne compromiso de reducir a la mitad para el año 2015 el total de personas hambrientas, contraído durante esa Cumbre por los líderes de todo el mundo. A este ritmo, se necesitarán muchas décadas para alcanzar ese objetivo tan modesto. Es todavía más alarmante que el total de personas hambrientas haya aumentado a lo largo de los últimos cinco años, según las cifras disponibles...

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