Ivaginaria / Crónica motelera número uno

No soy una mujer de (muchos) moteles y realmente nunca me he declarado fan de éstos, porque por muy acicalados y con regadera en medio de la habitación, siempre tienen algo que aporta un lado muy artificial al sexo y huelen mucho a algo: desinfectante, aromatizante, a alguna sustancia de limpieza para disimular la hediondez de nuestros fluidos y efluvios humanos.

Pero nunca les hago gestos. Creo que no está de más recalar en algún sitio después de comer y como a todo me dicen que sí...

Ahora les daré mi reseña de uno que está en el centro de Monterrey en Aramberri y Modesto Arreola. Cuando viaje les contaré de otros, quiero volver al motel Florido allá en Chihuahua, al Balflo de Durango, y a todas mis sedes moteleras. Obvio a los de calzada de Tlalpan forzosamente y conocer más los del centro histórico.

Recorrimos las calles principales como si lanzáramos unos dados que iban a decidir la dirección: en el primer sitio que dijera hotel íbamos a entrar. Avanzamos muy poco. Tras unas enormes paredes blancas había un estacionamiento mediano y una conveniente entrada lateral que no da a la calle de Aramberri, aush. Acomodamos el carro y sacamos los accesorios para esa sesión (un vino y el descorchador) y entramos a un nutrido salón con varias parejas que tenían caras de estupefacción, pero también de una cierta impaciencia asumida, con expresión de: "ya vine hasta aquí, ya estamos con otros esperando a que nos den un cuarto, mejor nos seguimos haciendo gueyes..."

Por un momento pensé que sería divertido esperar con las otras parejas, mientras nosotros decíamos tontoneces para aliviar nuestros propios nervios. Y no por el brinco que iba a suceder a continuación, sino porque de alguna forma, desentonábamos. Sin embargo la cotidianeidad de un echadero como ese, te distrae de inmediato: los buenos muchachos llevando y trayendo toallas recién lavadas, la señora echándole más aromatizantes al piso, el que lleva y trae las bebidas a los cuartos, la que reparte los condones, el que lleva los controles remotos a los cuartos para prender los climas. Ese fue el detalle más jocoso: el amo del control del clima, es el más respetado en esta comarca desértica en donde se nos tuesta el culo a la menor provocación.

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