Ivaginaria / Llegandito...

He vivido en esta ciudad regia de santas madres montañas, más de lo que quisiera contarles. La he padecido mucho, me ha alegrado la vida: en ella fue nacida mi hija. Los amores me han florecido aquí como cactus del desierto en el que habito y sobre todo, he estado contenta.

Ahora, como cada vez que vuelvo a mi casa, me encuentro con el sitio en donde vivo, que muta siempre y me asusta porque en poco tiempo, espero que se me queme la boca de pitonisa, esto será inhabitable, intransitable: no habrá tráfico en este estacionamiento gigante que nos asfixia.

Pero nada más alrededor del lugar en donde he transitado apenas llegando a la ciudad, como siempre sucede y regreso, encuentro un mayor número de soldados, una creciente cantidad de agentes de tránsito cazadores de personas, un buen número de agentes de la corporación que sea, asustando personas a su paso.

Sin embargo, y perdónenme a todos l@s erotizad@s lectores que no hable hoy del sagrado metisaca, me resulta inconcebible que apenas arribando a la ciudad me encuentre con dos choques que presencié en las primeras dos horas acá.

En uno de ellos una persona se iba peleando con otra, de coche a coche. De pronto, uno lo cierra, se adelanta, se amarra, el otro frena, se desquicia más, revientan las mentadas de madre por el aire y nos tocan algunas a todos los presentes.

Pronto ambos conductores pierden el control y chocan uno con el otro. Allá los dejé con sus mentadas y su connato de bronca, que se quedó estacionada en la memoria de todos que le seguimos, con un susto y preocupación, quizás diciendo: pobres idiotas, sin saber que a nosotros nos puede pasar lo mismo.

Más adelante un choque por alcance. Una camioneta enorme arrolla a un cochecito. No tan fuerte como para encimársele al vehículo, pero sí lo suficiente para dejarlo sin cajuela trasera...

No vi los sucesos, sólo imaginé la tortura de vivir y estar en un entorno en el cual ambos conductores se meterán en las broncas más retorcidas de su vida tras ese suceso.

La gente de Monterrey manejamos así. Enloquecidos, enrabiados, enojados con el mundo que todavía ni se pone a funcionar y ya estamos desafiándolo con la combustión de esa amada prenda que nos negamos a dejar: nuestros coches.

He manejado en esta ciudad, casi...

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