Isabel Turrent / Vargas Llosa: la pluma y la pala

AutorIsabel Turrent

Conocí a Mario Vargas Llosa hace muchos años, en 1979, cuando en América del sur se hablaba de política en voz muy baja. Perú, Chile, Argentina y Brasil, los países que visitamos entonces, estaban gobernados por dictaduras militares que se distinguían entre sí tan sólo por el grado de represión que infringían a opositores y disidentes y la cantidad de sangre que habían derramado. Los militares chilenos y argentinos se llevaban las palmas, pero en Brasil y en Perú las pláticas sobre política no traspasaban tampoco los portones y bardas de casas particulares, y se daban en el seno de reducidos grupos de amigos. Esa noche limeña estábamos convidados a compartir una reunión de ésas en casa del pintor Fernando de Szyszlo, con la poetisa Blanca Varela y Vargas Llosa y su esposa Patricia. Era uno de los inmensos beneficios colaterales de la cercanía cotidiana con Octavio Paz (que en esos tiempos pre teléfonos celulares tenía que llamar a la casa para comunicarse con el secretario de redacción de Vuelta, la revista que dirigía, y entablaba largas conversaciones conmigo cuando tenía la suerte de contestarle). Varela y Vargas Llosa eran sus amigos y colaboradores de Vuelta. Gracias a la revista yo conocía de palabra a Varela -que publicaba ahí sus hermosos y sutiles poemas. Los libros de Vargas Llosa me habían acompañado desde mucho antes, desde los tiempos de Los jefes y La ciudad y los perros. Los dos resultaron ser, a diferencia de tantos escritores, personas a la altura de sus personajes y obra. Vargas Llosa era entonces, como ahora, un hombre carismático y atractivo, inteligente y apasionado, pero sencillo y accesible y con un gran sentido del humor.

En la inmensa sala decorada con los bellos cuadros de Szyszlo, pronto nos vimos inmersos en una discusión sobre los males del Perú y las posibles recetas para aliviarlos. Vargas Llosa había regresado al país en 1975, el mismo año en que militares relativamente moderados habían depuesto al general Velasco Alvarado. Velasco, un dictador populista y nacionalista, había repartido tierras y nacionalizado prácticamente todas las industrias del país, desde el petróleo y la plata, hasta las pesquerías. Ninguna de esas medidas había remediado ni por asomo el principal problema de Perú: la inmensa pobreza de la mitad de sus habitantes. 1979 resultó ser un momento político axial, como nos dijo Vargas Llosa, que cortaba una y otra vez la plática para explicarle a los dos mexicanos extraviados en la reunión el...

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