Isabel Turrent / Una campaña irresponsable

AutorIsabel Turrent

Las críticas que han acompañado la actividad política cotidiana de la señora Marta Sahagún en las últimas semanas, son totalmente justas. Algunos pueden objetar legítimamente el tono estridente de algunos análisis, la relativa ausencia de propuestas y hasta la superficialidad de muchas de estas críticas, pero es innegable que el protagonismo político de la señora Sahagún y sus consecuencias, merecen la atención que han recibido en los medios. Más allá de los manejos oscuros de los fondos de la fundación Vamos México, que el Financial Times expuso con todo detalle hace unas semanas, lo que en primer término irrita a la opinión pública es la confusión que envuelve el activismo político de la señora Fox. De acuerdo con la dirección en que soplan los vientos políticos, se presenta como la madre Teresa de Calcuta, entregada a la filantropía desinteresada, o como una Eva Perón moderna, que desea antes que nada permanecer en Los Pinos para "continuar la labor" de su marido, el presidente Fox. La confusión se deriva del hecho de que Marta Sahagún ha usado una organización que en teoría es una institución filantrópica (y los recursos del Estado) para promover sus fines políticos. Porque si de algo no cabe ninguna duda es que su activismo público es claramente político. Lo que ella busca es el poder.

Nadie definió mejor la naturaleza de la política y el abismo entre la ética política y la de la convicción, que el pensador alemán Max Weber. "Toda la conducta orientada éticamente -escribió Weber- está guiada por una de dos máximas diferentes e irreconciliablemente opuestas: la conducta puede estar dirigida por una ética de los fines últimos" (la que correspondería a una filántropa desinteresada como la madre Teresa de Calcuta), "o una ética de la responsabilidad" (propia del político). Esto no quiere decir, advertía Weber, que la ética de los fines últimos sea por fuerza irresponsable o que la ética de la responsabilidad sea sinónimo de oportunismo sin escrúpulos. Pero, concluyó, "hay un contraste abismal entre la conducta que sigue la máxima de los fines últimos -en términos religiosos- y la que sigue la ética de la responsabilidad, en cuyo caso se tienen que rendir cuentas de los resultados probables de nuestras acciones".

En suma, a diferencia del intelectual o del predicador, el que se mete a la política tiene que aceptar que en esa actividad hay -decía Weber- "sólo dos tipos de pecados mortales: la falta de objetividad y la irresponsabilidad"...

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