Isabel Turrent / La Francia inmóvil

AutorIsabel Turrent

La querencia de los franceses a un Estado fuerte y activo en todos los ámbitos de la vida del país -el famoso dirigisme- se pierde en el tiempo. Tal vez se remonta a Luis XIV ("El Estado soy yo"), o antes. Francia es un país memorioso y tan orgulloso de su pasado, su cultura y legado de valores revolucionarios -que lo convirtieron para muchos franceses en la cuna de la civilización moderna- que hay quienes creen que su renuencia al cambio está enraizada ahí, en la memoria histórica.

La alergia a cualquier reforma al sistema que sostiene al amplio Estado benefactor es tan notable, que cualquier análisis escrito en los inicios del gobierno de Sarkozy o de Hollande es tan vigente hoy como hace una década o un lustro. En los hechos y en los números.

El gasto público abarca 57% de la producción nacional; la deuda pública casi ha rebasado el 90% del PNB, y el déficit presupuestal se ha elevado año con año. Todo en Francia está estrechamente regulado: desde el mercado de trabajo hasta las farmacias y el servicio de taxis.

Como la cultura política francesa ha colocado al estatismo en un altar, el electorado desconfía de entrada de todo lo que huela a capitalismo o iniciativa privada, los sindicatos son todopoderosos, y los impuestos sobre los ingresos (y ganancias de las grandes industrias francesas) son muy altos.

Los tentáculos del poderoso Estado francés han ayudado a que sus ciudadanos gocen de un nivel envidiable de vida. El problema es que ese mismo Estado dirigiste es la causa de los grandes problemas de Francia que amenazan hoy ese nivel de vida y han generado una ola de descontento que va mas allá del tradicional pesimismo francés. Un "malestar" que ha polarizado al país y le ha abierto las puertas de la Presidencia a Marine Le Pen, líder del Frente Nacional (FN), un partido proteccionista, xenófobo y antisemita que pretende poner el último clavo en el ataúd de la Unión Europea.

El omnipresente Estado francés y sus intocables regulaciones han matado la innovación y la competitividad, generado un desempleo de 10% y condenado a la economía a crecer a paso de tortuga. Ese es el escenario que enfrentan los votantes franceses en las dos vueltas de la elección presidencial (el 23 de abril y el 7 de mayo), y en las legislativas de junio. La crisis a la que trataron de darle la vuelta por decenios, los alcanzó.

También alcanzó a los partidos que se han repartido...

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