Isabel Turrent / Don Porfirio en Yucatán

AutorIsabel Turrent

Para Paco Calderón.

Yucatán se encuentra, dictaminaba el informe que colocó el enviado especial de Benito Juárez, Don Juan Suárez y Navarro, sobre el escritorio del Presidente en 1861, "exánime, en ruinas, y prócsimo a una disolución cierta e inevitable". No exageraba. En 1847 había estallado la guerra de castas -la rebelión maya que había diezmado a la población yucateca-, y la violencia y el choque entre las dos facciones que se peleaban el poder, conservadores y liberales, habían hundido a Yucatán en la anarquía.

Tan sólo entre 1830 y 1848 lo habían desgobernado diez líderes políticos y sus facciones; Yucatán se había separado de México y había ofrecido su soberanía al mejor postor, antes de reincorporarse al país y multiplicar la retahíla de gobiernos y golpes de Estado en los cincuenta.

Las cosas no mejoraron en los años anteriores a la llegada de Porfirio Díaz al poder. Entre 1867 y 1876, veinte líderes políticos se habían alternado en el poder en Yucatán.

Por lo demás, 1876 cambió el rumbo de la historia de la Península, más allá de la voluntad de Porfirio Díaz. En ese año salió al mercado la engavilladora McCormick que revolucionó la agricultura en las planicies norteamericanas y, de paso, la economía yucateca.

Cordeles de fibra eran indispensables para atar los haces de trigo y ninguna fibra podía competir con el henequén yucateco. La demanda se disparó y Yucatán se convirtió en una inmensa plantación dedicada al monocultivo y a la exportación. Una máquina de producir dólares que colocó a Yucatán en un lugar prioritario de la agenda política de Díaz.

Leer las innumerables cartas que Díaz dirigió a los políticos yucatecos de uno y otro bando, y los recuentos de las entrevistas con los yucatecos que viajaban a México para inclinar la voluntad de Don Porfirio a su favor, hubiera hecho las delicias de Maquiavelo. Ahí está el estadista astuto, inteligente, sutil y también implacable, que acabó con la inestabilidad política yucateca, construyó escuelas y hospitales y presidió la modernización de Mérida, sin equivocarse nunca de candidato (al menos hasta 1902) y sin perder de vista los objetivos que guiaron su largo gobierno: construir y consolidar un Estado central poderoso, mantener la paz y promover el desarrollo económico.

En el camino, Díaz cometió asimismo graves errores. La pirámide del auge henequenero descansaba sobre los mayas acasillados, sometidos a durísimas jornadas de trabajo y con salarios de hambre. Díaz debió conocer lo...

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